"Pársifal" (estreno en 1882) es la ópera de Wagner (1813-1883) que se considera su testamento musical y, por lo mismo, hay en ella ecos de trascendencia y de sentido existencial, cuya síntesis podría apuntar a indagar en cuál es la relación del hombre con la compasión o el amor misericordioso, y cómo éste nos indica de qué forma vivir en comunidad. Aunque hay una influencia cristiana fuerte, el texto alude a varias creencias (budismo y panteísmo, entre ellas), y por esto la partitura se abre como un universo que puede ser interpretado desde muchas ópticas ideológicas y religiosas.
En su retorno al Teatro Municipal después de 14 años de ausencia y en el año de la celebración del bicentenario del compositor, "Pársifal" tuvo un puntal en la figura del maestro Gabor Ötvös, titular de la Orquesta Filarmónica entre 1998 y 2001. Su trabajo delicado y meticuloso extrajo lo mejor del conjunto instrumental, que lució especial cuidado en la exposición temática del preludio, una página sinfónica de clima inmaterial y misterioso, y también en el tenue crescendo de luminosidad que propone el "Encantamiento del Viernes Santo". Ötvös optó por tempi más bien rápidos y fue un sostén imprescindible para los cantantes, en particular durante el difícil segundo acto.
El Coro del Teatro Municipal (dirección de Jorge Klastornick) mantiene su solidez vocal y su musicalidad, aunque esta vez hubo alguna falta de coordinación con el foso. Muy bien logradas las dos escenas corales en el templo del Grial, que tuvieron el impacto que se espera, lo mismo que la actuación del Coro de Niños de The Grange School (dirección de Claudia Trujillo).
Otro esperado regreso fue el de Roberto Oswald (dirección de escena, escenografía, iluminación) y Aníbal Lapiz (vestuario), quienes vistieron durante tantas temporadas, con gran éxito, a nuestro principal escenario. Se agradece a ambos su apego a la tradición y a no obligar al público a asumir interpretaciones discutibles o sin ningún sentido, como ocurre en algunos lugares, aunque su opción fue clara en subrayar la leyenda cristiana.
El uso de proyecciones y transparencias aportó belleza y sugerencia a muchos cuadros, características que tendieron a diluirse, sin embargo, en las opciones por la corporeidad (las siete enormes campanas, por ejemplo, o la gran corona de espinas). El sobrio vestuario fue coherente con la idea monacal de la puesta, que sólo se quiebra en el segundo acto donde hubo énfasis en los rojos y en el rosado de las muchachas flores. El trabajo de actores pareció desigual; las escenas de Amfortas lograron una buena comunicación con el público, lo mismo que ciertos momentos de Kundry, pero en general primó un tono discursivo que distancia y aletarga.
El bajo Dimitry Ivashchenko fue un Gurnemanz de gran altura; podría cantar este papel enorme en cualquier teatro del mundo. Sólido en agudos y centros más que en los graves, tuvo la serena autoridad que el personaje requiere. Fue ovacionado.
La mezzosoprano Susan Maclean ha cantado Kundry incluso en Bayreuth; en su debut en Chile ella no pudo dar lo mejor de sí producto de alguna indisposición. Vital y siempre comprometida con la escena, cantó de manera admirable "Ich sah das Kind", pero en las páginas exigidas del segundo acto su voz se escuchó tensa y corta en los extremos. Será sustituida desde la función de mañana por Michaela Martins, quien cantó el rol en el Metropolitan de Nueva York junto a Jonas Kaufmann cuando se enfermó la titular, Katarina Dalayman.
El barítono Gregg Baker es expresivo y comunica su parte, aunque su voz densa y sin brillo no es la mejor opción para Amfortas. El bajo Harry Peeters estuvo mejor como Titurel (cantó desde fuera del escenario) que como Klingsor, rol para el que no tiene ni la proyección vocal ni el dominio teatral necesarios. Algo parecido ocurre con Zvetan Michailov, inadecuado para Pársifal en términos vocales y escénicos. Este papel no es largo ni tan difícil de asumir como el de otros personajes de Wagner para tenor, pero requiere versatilidad para enfrentar momentos de intensidad dramática ("Amfortas! Die Wunde!") y otros de profundo lirismo e introspección (el tercer acto completo).
Extraordinario el resultado del sexteto de niñas flores, difícil como pocos fragmentos y que suele naufragar. No hubo en este caso ninguna duda ni traspié. Notables, simplemente, Pamela Flores, Constanza Domínguez, Daniela Ezquerra, Marcela González, Paulina González y Constanza Dörr. Correctos en sus cometidos estuvieron Evelyn Ramírez (Voz de lo alto y segundo escudero), otra vez Pamela Flores (primer escudero), Nicolás Fontecilla (tercer escudero), Exequiel Sánchez (cuarto escudero), Leonardo Navarro (Primer Caballero del Grial) y Ricardo Seguel (Segundo Caballero del Grial).