En un momento de esta película, la protagonista, Gloria Cumplido (Paulina García), sale desde un café hacia la Alameda, ocupada por una marcha de estudiantes. Ella parece no verla. Los estudiantes gritan "A ver, a ver, quién lleva la batuta...", pero esa consigna no la alcanza. Sus dilemas están lejos de estas calles agitadas. La conmoción social pasa por su espalda de forma borrosa, apenas visible.
A Gloria no le interesa mucho este mundo con aires de cambio. A la película tampoco. A la película le interesa esta Gloria ensimismada, cincuentona, separada hace más de una década, con hijos grandes que ya cargan con sus propios problemas y se alejan de su seno, solitaria, en busca de algún afecto sobre un mundo que no lo prodiga.
Tras la secuencia de la marcha, Gloria entra a un portal del centro donde un titiritero hace bailar a un esqueleto. Contempla al muñeco sin reír, sin encontrarle gracia. La idea de la muerte sobrevuela aquí de manera delicada, sin exceso, y hace pensar que ella se asocia a los dolores imprecisos de la soledad en una mujer que aún quiere tener la vitalidad de otros tiempos.
De esto trata Gloria: de la tensión entre la vitalidad y la decadencia, entre la juventud y la vejez, entre el pasado encendido y el presente que, resistiéndose, se apaga poco a poco, a pesar del yoga, las terapias de risa y los vestidos brillantes.
Los días de Gloria pasan sin grandeza, con la monotonía de los instantes repetidos: oye a unos vecinos pelear en el piso de arriba, despierta con pocas ganas, va a la oficina cantando los hitsde los 70, se arregla y se maquilla con cierto hastío y va a clubes de baile con el entusiasmo de quien cumple un rito social porque carece de otro. Cuando halla a alguien en quien cree ver una nueva oportunidad, Rodolfo (Sergio Hernández), resulta ser una nueva frustración dentro de lo que se intuye como una lista nada breve.
El retrato de esta solitaria Gloria tiene, sin embargo, algo extraño y disruptivo. Parece la mirada de alguien ajeno -no distante-, alguien que está investigando en la idea de una madre que después de ser madre sigue siendo mujer, una mirada que la persigue pero no logra comprenderla del todo, y cuando Gloria contempla a un pavo real (¿los hombres?) que despliega sus plumas se siente con intensidad el choque entre empatía y extrañeza que recorre toda la película, esa afanosa cercanía que no consigue romper la barrera del otro.
En un cineasta como Sebastián Lelio, que ha mostrado a la familia quebrada como una obsesión, Gloriaparece un punto de inflexión, un esfuerzo por ver las cosas desde el otro lado del cerco. Si se puede dudar a veces de su lenguaje visual, no se puede dudar de su sinceridad. Y eso ya es bastante.
Gloria. Dirección: Sebastián Lelio. Con: Paulina García, Sergio Hernández, Alejandro Goic, Diego Fontecilla, Marcial Tagle. 110 minutos.