Gloria Cumplido (Paulina García) es una divorciada que anda por los 60 años, tiene una hija y un hijo ya mayores, trabaja en una oficina y está sola en el mundo. Por las noches y con frecuencia, asiste a una discoteca para gente de su edad y entre el baile y la música busca compañía, carece de fortuna y tampoco le suceden demasiadas cosas.
"Gloria", la cuarta película de Sebastián Lelio, relata un acontecimiento excepcional en la vida de esta mujer, que por fin encuentra lo que busca: Rodolfo (Sergio Hernández), un hombre, quizás una pareja y alguien con quien acostarse, aunque terminen hablando de enfermedad, anestesia y cloroformo.
Las relaciones filiales y sentimentales, en las películas del director, surgen malformadas con protagonistas que vienen dañados, porque alguien los quiso mal, demasiado poco o no lo suficiente.
En torno a una cena de separados, con sus nuevas parejas e hijos, la película expone su manifiesto: la paternidad es un acto fallido, las viejas fotografías hablan de un pasado muerto, los brindis con vino despiertan amargura y se respira una atmósfera frustrada.
La familia es una imagen quimérica, es decir, una figura falsa y una fragua hipócrita, desde donde emergen los personajes de "La sagrada familia" (2005), el trío de jóvenes de "Navidad" (2009) y también Gloria, porque su vitalidad es engañosa, como toda huida hacia adelante.
Sebastián Lelio no es cruel con el personaje y amortigua su caída con algunos apuntes de comedia que giran en torno al cobarde de Rodolfo, que aún padece a su ex esposa e hijas, otra familia monstruosa, naturalmente.
La película no explora la mentalidad ni orfandad del mundo adulto y más bien lo reduce: sexo, ir a un restaurante acompañada o hilvanar el sueño de viajar con alguien.
La identidad que reporta el trabajo para una persona mayor, oficina y compañeros, es un universo que no existe. Y tampoco el país, porque las marchas estudiantiles son ecos lejanos y comentarios livianos de sobremesa.
La película no alcanza a ser una metáfora de la sociedad ni de la mujer adulta y lo que queda es la particular peripecia de Gloria, una protagonista de emociones fáciles, sin capacidad para asumir la soledad y con una desnudez más inerte y estatuaria que erótica y necesaria.
"Gloria" mantiene el rango de película cuidada y reflexiva, porque hay elección de encuadres y planos, la cámara es segura y el propósito digno de aplauso: que ninguna imagen sea en vano. Ni en la peluquería, ni cuando vuela por los aires, ni en el casino y tampoco cuando escucha la radio y canta sola.
Sebastián Lelio, eso sí, contiene su índole de director airado y disimula la naturaleza del personaje con canciones populares, balas de pintura y luces multicolores, para que la película sea más amable, cómoda, vital y fácil de ver.
El corazón de la mujer, sin embargo, sigue latiendo y es delator: es triste, solitario y final.
Chile, 2012. 110 min. 14 años.