La cinematográfica defenestración de Laurence Golborne me recordó una situación que conocí muy de cerca. El cálculo de los partidos de la Concertación parecía perfecto. No querían a un candidato que amenazara el poder de los partidos, como lo era Ricardo Lagos. La fe en un triunfo era escasa. Para el futuro de la coalición, lo más saludable era darle la pasada a un DC. Y vaya a saber uno: quizás la ciudadanía se entusiasmaba con un líder menos " light" que Bachelet. Fue así como se llegó a elegir de candidato a Eduardo Frei. Desde el primer día, empero, fue evidente que la calculadora había fallado. El país quería más Bachelet y no menos. Lo cual lo inclinaba hacia MEO y hasta Piñera, antes que hacia Frei. Los dirigentes lo supieron de inmediato, pero dejaron transcurrir el drama, desentendiéndose casi por completo de la candidatura presidencial. Así Frei siguió hasta el final, y la Concertación perdió una elección que con cualquier otro candidato debió haber ganado.
La UDI aprendió esa lección. Se deshizo de Golborne, en vez de rendirse al fatalismo. Pero me temo que no basta. Después del escándalo ante las asimetrías entre empresas y consumidores, de la estigmatización generalizada del lucro, de los amplios consensos en torno a eliminar los resquicios que favorecen la elusión tributaria, uno no puede menos que preguntarse: ¿cómo alguien en su sano juicio podía elegir de candidato presidencial a una figura con la trayectoria de Golborne, quien saltara al gabinete desde un alto cargo en una de las industrias más cuestionadas por lo que hoy se bautiza como "abuso"? La UDI lo hizo.
Parecía astuto. Es lo que habría hecho una multitienda: reclutar como rostro a una figura que se volvió simpática y popular con el episodio de la mina San José. Qué más sagaz que colocarse detrás de una figura que no proviene de la "cantera" de la UDI, y así extender su perímetro de atracción más allá del mundo conservador. Alguien se habrá preguntado si acaso la trayectoria en el campo privado no le jugaría en contra, pero inmediatamente se habrá respondido: si para Sebastián Piñera ella no fue óbice para que ganara la Presidencia, ¿por qué habría de complicar a Golborne?
La UDI siempre ha tenido esa facultad que ellos llaman pragmatismo -y cuyas raíces dicen se remontan al mismísimo Jaime Guzmán-; ese confort natural de condenar a los demás por su laxitud moral y, al mismo tiempo, no sonrojarse de usar cualquier medio para alcanzar los fines que se propone. Una facultad que recuerda a la hermana Aloysius, la del filme de John Patrick Shanley "La duda", que no vacila en mentir para condenar al padre Flynn, y lo argumenta diciendo: "A veces, cuando uno da un paso para corregir un mal, se aleja un poco de Dios, pero es para servirlo a Él". Es lo que hizo la UDI con Pinochet, y resultó. Ahora con Golborne lo intentó de nuevo, pero fracasó: la gente, digamos, "no se lo compró".
Desde el día uno fue evidente que su candidatura era un fiasco. Ante una opinión pública que desea hablar de cuestiones de fondo y no de anécdotas, que busca cambios sustantivos y no meramente incrementales, que reclama congruencia entre lo que se propone y lo que se ha vivido, su candidatura se fue desfondando. Pero esto no lo podían ver sus promotores, que son ciegos al Chile que emerge. Como lo confirma el libro de Jovino Novoa -quien fuera el autor intelectual de esta aventura-, según el cual lo que ocurre no es más que una conjura de "la izquierda".
Hizo bien la UDI en cambiar el candidato. Pero ahora viene lo más difícil: desprenderse de aquellos que lo inventaron. Eso mismo que la Concertación no hizo después de Frei, y es por ello que está donde está.