Lo mejor que se puede decir del inglés Danny Boyle es que se mantiene en sus rieles, en el sentido de que persevera en su estilo y su sello sigue siendo el mismo: arriesgado, efectista, extravagante y a veces deschavetado.
Un montaje rápido y cortante, la cámara asume puntos de vista insólitos, música envolvente y un ritmo narrativo neurótico que no quiere dar respiro ni cuartel.
La energía visual que desprenden sus películas necesita algo imprescindible: una historia que contar. Sin una historia creíble y sólida, se corre el riesgo del fuego artificial y sonoro, y la película se puede convertir en un circo de edición, color, cámara o filtros. En una experiencia de discoteca, donde Boyle es más un DJ poseído que un director coherente con algo que contar.
Esta película no tiene tierra firme bajo los pies, como "Slumdog millionaire" (2008) y "Trainspotting" (1996), y tampoco un hecho de la vida real que necesita respetar, más o menos: "127 horas" (2010).
El guión de "En trance" es tan inverosímil y duro de tragar, que bien puede conseguir alguna nominación a esos premios Frambuesa, aunque la categoría de deficiente no le hace justicia, porque es más que eso, son esas cosas terribles y misteriosas que tiene el cine, donde gente premiada y experta no se da cuenta de lo que está haciendo, hasta que ya es demasiado tarde.
Esto ocurre en todas las familias, desde "Invictus" (2009), de Clint Eastwood, hasta "El último maestro del aire" (2010), de M. Night Shyamalan.
Hay que reconocer que Danny Boyle tiene un Oscar en la chimenea, dirigió la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos 2012 y seguro que no es fácil decirle algo como "fílmala de nuevo, Danny".
No es fácil, nadie tiene la obligación y no hay necesidad de enfrentar la pérdida de confianza, el desprecio o el despido.
Así que allá él, el artista. Y los directores de cine, en ese sentido, están siempre solos.
La ciudad es Londres y durante una exclusiva subasta de pinturas se remata un Goya. Tres ladrones interrumpen la subasta y Simon (James McAvoy), empleado de la firma, resiste el atraco y termina con un golpe en la cabeza.
La pintura desaparece de manera misteriosa y los delincuentes descubren que solo puede estar en un lugar: la cabeza de Simon.
El problema es que sufre de amnesia y para eso acuden a Elizabeth Lamb (Rosario Dawson), una experta en hipnoterapia, que puede destrabar los recuerdos del empleado olvidadizo.
Sam se duerme y cae en trance, pero como no es tonto, intuye algo cierto: si habla, deja de ser necesario y capaz que lo maten. Así que no habla.
Para salir del callejón sin salida, Elizabeth propone hipnotizar al total de delincuentes, con el fin de crear un clima de confianza general, porque si todos exhiben sus inseguridades, Sam se sentirá seguro y entonces hablará.
Esta es una de las películas más débiles y antojadizas de Danny Boyle y el director, claramente, está hipnotizado sobre los laureles.
"Trance". Gran Bretaña, 2013. Director: Danny Boyle. Con: James McAvoy, Rosario Dawson, Vincent Cassel. 101 minutos. Mayores de 18 años.