Sobre la base de un breve diálogo del primer capítulo de la novela "El hijo de la sierva", de Strindberg, Cristián Plana construye una obra teatral de fuerte intensidad en la que predomina el silencio. Nos remite a la Suecia de la infancia de Strindberg, alrededor de 1860. Su tema central es el castigo que se anuncia a un niño por una falta que no ha cometido. La frialdad del padre y la complicidad de la madre señalan una fuerte crítica a la familia.
Presenta una situación cotidiana: la hora de comida en una casa. Todos esperan la llegada del padre. Se abre una puerta, su sombra se proyecta amenazante, luego entra en silencio. Nadie dice nada, comienzan a comer, la madre, en ese clima pleno de contención, lo hace en forma ansiosa. El niño juega con la cuchara, pero no come. La hija recibe una mirada de cariño del padre, único gesto amable. Con mínimas acciones, comienza a formarse un clima de tensión.
Cristián Plana toma solo una situación de la novela: durante la comida, el padre va al armario a buscar una botella de vino, la encuentra vacía. Pregunta quién terminó el vino, nadie responde, pero el niño, acostumbrado a que lo inculpen, baja la cabeza. El padre lo acusa directamente y lo reprende porque lo niega. Le anuncia "ya verás cuando abandonemos la mesa". La comida sigue en silencio. A una seña, la nodriza va a buscar un libro de partituras y canta suavemente bellos lieders de Haydn.
Son pocos elementos, pero en ellos podemos distinguir rasgos del estilo que caracteriza las obras de Cristián Plana: extremo cuidado en el diseño de los espacios; extenso uso de silencios, acciones significativas en sí mismas, sin necesidad de palabras; incorporación de alguna escena de clara sexualidad, intensa pero delicada y en un segundo plano; empleo de música de época con funciones dramáticas, en este caso el canto de lieders al comienzo acentúa el silencio, luego aumenta la tensión, y hacia el final llega a ser enervante.
La obra se desarrolla en un plano de realismo esteticista. Hacia el final, quizás como expresión de la tormenta interior del niño, irrumpe una tempestad que abre con violencia la ventana y hace entrar, en medio de un sonido ensordecedor, nieve que comienza a cubrirlo todo. La familia entra al reino blanco de la muerte, sólo el niño, víctima del castigo injusto, regresa y observa, como desde su ser herido, este mundo congelado.
En esta puesta en escena cada movimiento, cada gesto adquiere singular relevancia. Rodrigo Soto, el Padre, intimida desde antes de entrar a escena, su sombra lo antecede amenazante; sentimos el peso de su autoridad. Es el padre autoritario y silencioso que aún podemos ver en nuestro campo. Alexandra von Hummel otorga a su personaje rasgos que lo identifican, una tos nerviosa al comienzo de la comida; su risa estentórea para celebrar un relato dudosamente gracioso del padre muestra su obsecuente subordinación; su ser más rústico se nota en su modo ansioso de comer. Papel muy relevante tiene Daniela Ropert, la nodriza; su actitud, su vestuario son lo que más nos remiten al siglo XIX en Suecia; parece salida de un cuadro; su forma de interpretar los lieders de Haydn nos muestra que es una gran cantante, va desde la tenue suavidad a la fuerza envolvente que desata la sensualidad en la hija, representada por Natalia Ríos. Ella y Diego Salvo parecen efectivamente niños de pocos años, es admirable su cinética o trabajo de los movimientos. El hijo, algo enfermo por el temor, está constantemente en el centro de atención, es quien sufre la tensa espera del castigo. La obra crea una atmósfera de temor e injusticia, dentro de su aparente normalidad.
"Castigo" interpreta el clima de tensión que muestra Strindberg en su novela autobiográfica "El hijo de la sierva". Cristián Plana crea una nueva obra, pasa de la expresión narrativa centrada en la palabra, a la puesta en escena en que los actores construyen, con acciones, un clima de amenaza. Pone especial atención en la cuidada elegancia de la puesta en escena, hecha con la colaboración de Belén Abarza en los diseños y de Diego Noguera en la música y el sonido. Es un ejercicio teatral de alta exigencia, que tiene, como es lo propio del arte, diversos niveles de expresión. Lleva a cada espectador a abrirse a las resonancias internas que esas acciones silenciosas le puedan provocar.
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CASTIGO
Puesta en escena: Cristián Plana.
Con: Rodrigo Soto, Alexandra von Hummel, Daniela Ropert, Diego Salvo y Natalia Ríos.
Dónde: Teatro La Memoria.
Cuándo: hasta el 28 de abril.
Funciones: miércoles a sábado, 21:00 horas / domingo, 20:00 horas.
Entrada: general, $4.000 / miércoles y jueves populares, $2.000 / estudiantes y tercera edad, $2.000.