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Editorial
Martes 16 de abril de 2013
Una victoria con visos de derrota
La única opción opositora de desplazar al chavismo es mantener esa unidad que tan buenos resultados le dio en estas elecciones marcadas por la adversidad...
Con la votación del domingo, es difícil pensar que la "revolución bolivariana" de Venezuela dirigida por Nicolás Maduro siga el mismo camino que le imprimió Hugo Chávez. El resultado demostró que ya no es válida la percepción de que el chavismo es invencible: esta fue una victoria con visos de derrota. Casi el 50% (49,07%, antes del recuento de votos) de los venezolanos está en contra de la profundización del modelo socialista, un porcentaje mayor que el obtenido por la oposición en octubre pasado, cuando el comandante buscaba su reelección. Aun usando todas las herramientas del amplio poder presidencial venezolano, con todo el aparato estatal disponible para apoyar al candidato oficial, Maduro recibió 700 mil votos menos que su mentor, cifra que debería hacerlo meditar sobre el real mandato que recibió de las urnas. Ante un país partido en dos, surge la duda de si será más fuerte la capacidad aglutinadora del gobierno o la fuerza disgregadora de un chavismo que comience a pedir cuentas a Maduro.
La actual revolución socialista, a diferencia de la de los años 60 y 70, no busca el poder total por las armas, sino por los votos. Venezuela, siguiendo de cerca el modelo cubano para las transformaciones sociales -expropiaciones y nacionalizaciones, intervención del Estado en todas las áreas de la economía y de la vida privada, control de los medios de comunicación-, tomó su rumbo propio para tratar de consolidar el régimen mediante una "democracia popular plebiscitaria" en la que a través del voto permanente, dirigido por el carismático Chávez, obtuviera el poder absoluto. Estas elecciones probaron que ese modelo tuvo un éxito limitado, y que sin Chávez, la "magia" del poder popular comienza a desvanecerse.
El gobierno de Maduro tiene desafíos económicos importantes -como el control de la inflación y la necesidad urgente de mejorar la productividad petrolera-, y también los más dramáticos en el ámbito de la seguridad y de las relaciones internacionales. Es curioso que una de sus primeras señales hacia el exterior -al margen de vociferantes declaraciones sobre integración y solidaridad latinoamericana- la enviara Maduro a Washington mediante el fogueado político demócrata Bill Richardson, a quien aseguró que quiere regularizar las relaciones diplomáticas, que hace años están a nivel de agregado comercial. EE.UU. sigue siendo el principal cliente del petróleo venezolano, al cual China aún no desplaza, y además su proveedor de bencina, ya que después del incendio en la mayor refinería venezolana, Pdvsa no es capaz de satisfacer la enorme demanda interna. Quizás sea un signo de que Maduro se percibe como más vulnerable.
Para la oposición se avecinan desafíos enormes y tiempos difíciles. Debe mantenerse unida hasta, al menos, las elecciones legislativas de 2015. Será un reto para los seguidores de Capriles, pero también un deber para con los electores que confiaron en que podrían derrotar al chavismo. Pero su única opción de desplazarlo es mantener esa unidad que tan buenos resultados le dio en estas elecciones marcadas por la adversidad y la falta de solidaridad hemisférica: ni la OEA ni ningún otro organismo regional se hicieron cargo de los reparos a la abrumadora desigualdad de condiciones en una elección que se proclamaba como limpiamente democrática. Esa prescindencia de la OEA favoreció a Maduro, que pudo actuar en el proceso electoral con toda libertad. Su respaldo post factum a las peticiones de un recuento completo de los votos y el ofrecimiento de ayuda para ello fue, evidentemente, tardío e inconducente.
Otro imperativo será resistir las presiones y provocaciones del oficialismo. En su desafiante discurso de victoria, Maduro insistió en que su prioridad es la "paz, paz, paz". Sin embargo, sus reiterados llamados a defenderse del "sabotaje de la oposición" y apelaciones al "poder popular" para defenderse del "enemigo de la patria", de los supuestos "planes para violentar el país", y su amenaza de que "sabremos actuar si alguien levanta su insolente voz sobre el pueblo de Venezuela", hacen pensar que, más allá de tratar de frenar una violencia que es solo entelequia, veladamente estaba haciendo todo lo contrario.