Audrey (Marina Hands) regresa a su pueblo natal, en la bahía de Arcachon, al sudoeste de Francia, para visitar a sus padres después de diez años de ausencia. En la estación de trenes la recoge su padre, Michel (Michel Duchau-ssoy), un hombre afectuoso y acogedor. En la casa familiar la espera la madre, Martine (Catherine Deneuve), una mujer seca y distante, cuya dedicación a la medicina contrasta con su escaso apego familiar.
Audrey vive una crisis personal que no revela a sus padres: está embarazada de un hombre que difícilmente será su pareja. En la encrucijada de la maternidad, la guían impulsos contradictorios: por un lado retorna al hogar, pero por el otro quiere estar sola, trabajar y ser invisible. Para cumplir con ese plan decide ocupar la casa clausurada de sus abuelos maternos.
Reparando la cocina, descubre un cuaderno de recetas y notas personales de su abuela Louise (Marie-Josée Croze). Todo lo que sabe de ella es lo que le contó su madre: cierto día, hace muchos años, Louise desapareció de la casa y dejó a sus hijos en manos de su marido, Gilles (Gérard Watkins), que borró todas sus huellas y nunca más volvió a hablar de ella. La sola idea de escarbar en este pasado y volver sobre la figura de Louise perturba y molesta a Martine, que halla en esto otro signo de la tozudez de su hija.
Esta es la situación que queda establecida en los minutos iniciales de esta película, y lo que primero que llama la atención es precisamente esa economía narrativa, esa manera de relatar seca y al grano. Uno se tienta con recordar a Claude Chabrol por el modo pausado e insidioso con que la intriga se interna en los secretos escondidos de la burguesía de provincia. Pero Chabrol investiga el lado oscuro de la condición femenina, mientras que la directora Lopes-Curval busca su lado luminoso.
Audrey va descubriendo la situación de opresión que vivió su abuela al mismo tiempo que desvela las razones de la distancia de Martine y esclarece su propia situación como futura madre. Louise se aparece ante su nieta en los espacios del hogar, pero sobre todo en la cocina, el único lugar donde halló formas de expresión personal (el primer título del proyecto fue La cuisine). Su callada resignación es una expresión de la angustia de ver que su propia vida se precipita hacia el vacío, y de saber que el cariño por sus hijos no la salvará de ese destino. El diálogo privado que Audrey establece con ella es el centro de toda la película, la llave que abre las puertas de un clausurado laberinto familiar.
Madres e hijas se hace cargo de su historia con un estilo clásico, apenas visible. La cámara de Lopes-Curval suele encuadrar a sus personajes en planos cercanos, buscando más las razones interiores que las relaciones exteriores. Y lo que consigue es una pequeña gema de iluminación extraída de los meandros de unas conciencias paralizadas.
Mères et filles. Dirección: Julie Lopes-Curval. Con: Catherine Deneuve, Marina Hands, Marie-Josée Croze, Michel Duchaussoy, Jean-Philippe Éccoffey. 106 minutos.