En la búsqueda de un sistema para medir el tiempo, ligados a la luminosidad ambiental fueron ideados horarios que dividen el día en 24 partes. Para los países que los establecieron, esos horarios rigieron sin variaciones, cualesquiera fueran las épocas climáticas.
Eso empezó a alterarse cuando Benjamín Franklin, luego de emancipar a la Unión, observó que los parisinos ahorraban velas levantándose más temprano, lo que lo llevó a proponer -sin éxito- adelantar la hora en el verano. Más tarde, esa idea se divulgó en el mundo, agobiado periódicamente por crisis de la energía. En la actualidad, precisamente para ahorrar energía, más de 80 países tienen establecidos a lo menos dos horarios anuales, algunos más de dos y, además, diversificados por regiones. A la confusión de lenguas se ha agregado la de horarios.
Chile también se encuentra adscrito a este sistema de cambios. Adicionalmente, en los últimos años la variación programada, ajustada a los inicios de otoño y primavera, se modifica por cambiantes decretos de autoridad, sembrando el desconcierto en cronogramas y computadores de todo el orbe. Así sucedió este año, en que, para estos efectos, el verano concluirá el próximo sábado 27 de abril, ya entrado el otoño. Allí vendrán las discusiones y se debatirá, por enésima vez, sobre ventajas e inconvenientes de estos horarios. El tiempo, sin embargo, no se detendrá.
CORUSCO