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Editorial
Jueves 04 de abril de 2013
Paro portuario "solidario"
Hay voces que solicitan aplicar la Ley de Seguridad del Estado. Tal vez sería un error, si eso devolviera a los sindicatos la simpatía que pierden con sus paros, sin efectos útiles para el país...
La huelga que comenzó hace 20 días en Puerto Angamos, Mejillones, se ha extendido a otros del país, invocándose una "solidaridad portuaria" por algunos dirigentes sindicales. Su objetivo aducido es disponer de media hora para almorzar y de un casino, pero las motivaciones reales parecen ser políticas y, de paso, demostrar el poder sindical en los puertos.
El costo para la economía del país y todos los chilenos es muy grande: sus graves y extendidas consecuencias aíslan a Chile, detienen el flujo del comercio, hieren el emprendimiento y tienen desmoralizadoras repercusiones psicológicas, además de las reales. En lo más inmediato, los exportadores de fruta no pueden enviarla a sus mercados de destino, y la tardanza significa que se les aplicarán los " marketing orders " que entorpecen la entrada de fruta. Parte de esos cargamentos deberá redestinarse a mercados con menores precios.
Además, estas huelgas afectan la reputación de eficiencia de nuestros puertos, así como su riesgo percibido. Las naves no pueden determinar cuánto tiempo esperarán, y ese riesgo se traduce en enviar a Chile naves de menor valor y, por tanto, menos eficientes, aumentando el costo de transporte. Esto, en un país lejano de los mercados de destino, empobrece a todos. Es un costo escondido que no siempre advierten la opinión pública ni los miembros del sindicato.
Los puertos, una clave del comercio internacional, son uno de los puntos más vulnerables de nuestra economía, por lo que sus sindicatos han ejercido tradicionalmente un poder derivado de la amenaza tácita, pues, a diferencia de otras industrias, un paro se extiende a la mayor parte de la economía.
Hoy es menos probable que esto goce de simpatía extendida en el público. Sus costos son tan grandes que los pueden percibir los trabajadores de otros sectores, al crear desempleo, porque hay empresas y actividades que no pueden soportar la incertidumbre, por sus débiles márgenes, como la fruticultura con dólar bajo. Además, a diferencia del pasado, hoy los trabajadores portuarios son operadores de maquinaria y no se trata de un trabajo manual pesado. Dado que esto también podría limitar la simpatía pública, el sindicato eligió cuidadosamente un tema de conflicto sensible: la falta de un casino y de tiempo para almorzar. Cabe recordar que el tiempo considerado es parte de la jornada diaria, con lo que el tiempo efectivo de trabajo bajaría a cerca de siete horas.
Hay voces que solicitan aplicar la Ley de Seguridad del Estado. Tal vez sería un error, si eso devolviera a los sindicatos la simpatía que pierden con sus paros, sin efectos útiles para el país. El único caso eficaz de aplicación de esta ley a un movimiento gremial, el de las micros amarillas, hace más de una década, lo fue solo porque la opinión pública estaba en contra del movimiento y en especial de sus dirigentes. En este momento del ciclo económico los trabajadores y sus sindicatos tienen más poder, dado el bajo desempleo, que se refleja en un aumento de salarios y de las exigencias de beneficios adicionales. Mientras estas demandas no originen inflexibilidades y excesivos costos en los momentos malos del ciclo económico, conviene buscar fórmulas que no den espacio para que dirigentes sindicales aprovechen los conflictos.
Todo esto retrotrae a la pregunta sobre los movimientos sociales. Solo una minoría de sus manifestaciones son espontáneas. El grueso de aquel movimiento que podría calificarse como "permanente", necesariamente responde a una organización poderosa. En este caso se invoca "solidaridad", y fueron hostigados los sindicatos de Valparaíso que se negaron a plegarse a él. Cuando el movimiento sindical actúa no por causas propias, sino por motivos ideológicos -como esta "solidaridad" que definen y manejan sus dirigentes, y que no corresponde a una reivindicación real y directa de quienes paralizan faenas, sino a un intento de recrear la antigua sindical de portuarios, que tanto retraso significó para Chile en el pasado-, el país arriesga caer en manos de cúpulas de poder irresponsables ante instancias institucionales. Para cualquier gobierno hay en este curso una amenaza mayor -así lo ha advertido, por ejemplo, el PRI mexicano respecto de los sindicatos de profesores-. Esa forma de sindicalismo se había desvanecido perceptiblemente en Chile, pero ahora parece relevantar cabeza. Y en esta clase de acciones, como es largamente sabido, tiene una influencia muy grande el Partido Comunista, que aspira eventualmente a gobernar.