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Editorial
Domingo 31 de marzo de 2013
La semana política
Hubo abundancia de ideas genéricas con las que nadie puede discrepar, pero ningún indicio de propuestas precisas y, en cambio, una significativa ausencia de los partidos.
Esa declarada falta actual de programa tiene ciertas fortalezas. Para sus competidores de centroizquierda puede ser difícil enfrentar algo tan vago, en lo que todo puede (o no) estar incluido.
Bachelet: puesta en escena sin los partidos
La llegada de Bachelet mostró una cuidadosísima puesta en escena, que pareció ratificar que la ex Presidenta y ahora precandidata a la reelección está tomando sus decisiones de campaña con total autonomía de los partidos. La representación de la ex Mandataria al mundo político y a la ciudadanía -según los antecedentes conocidos- es atribuible exclusivamente al grupo de trabajo de su mayor confianza personal, y no a una deliberación con los partidos de la Concertación ni con esta en su conjunto. En la recepción se vio a una quincena de mujeres (incluida la alcaldesa de Santiago, PPD) y a un solo alcalde, el de la popular comuna en que se ubica el aeropuerto, de larga trayectoria socialista. Por la tarde, cuando aceptó la postulación en otra comuna popular, ligada a su juventud, también estuvieron casi del todo ausentes las figuras políticas, salvo el alcalde comunal, asimismo socialista, y la concurrencia estuvo integrada por vecinos y funcionarios municipales.
Ambos actos son expresivos más bien de su antigua aspiración de renovar las formas de la política, expresada desde 2006 en sus intentos de un "gobierno ciudadano", su primer "gabinete con paridad de género", "no repetirse el plato", que no prosperaron, pero que, al reaparecer ahora, confirman que es una constante en su pensamiento. Notoriamente, en su presentación exterior ella desea mostrarse distante y al margen de los partidos en toda la medida posible, aunque sin quebrar con ellos, pues le son indispensables para volver al poder.
Programa que se iría haciendo
Esta representación es coherente con el estilo que se le conoció a Bachelet como Presidenta. Ella priorizaba su presencia personal en terreno a lo largo del territorio, con múltiples apariciones propicias para emitir sus discursos en algún marco grupal, mostrándose siempre cálida y cercana a los circunstantes, aunque cuidándose de no entrar en debates ni recibir o responder mayores preguntas de interlocutores, contradictores ni medios de comunicación.
Este método le valió duraderas simpatías populares, pero impide al ciudadano conocer el verdadero contenido de su pensamiento y de sus proyectos políticos precisos.
Igual línea usó al anunciar su repostulación. Hubo abundancia de ideas genéricas con las que nadie puede discrepar: "debemos combatir la desigualdad"; "hacer ajustes y cambios al modelo"; "una nueva mayoría política y social, para lograr un Chile más inclusivo"; preocupación por "una clase media... cada vez más afectada por altos pagos en educación, vivienda y salud, pero que no califica para programas de apoyo social", y hasta cierta autocrítica -"hubo cosas que no hicimos del todo bien"-.
Sobre cómo piense hacer realidad tales propósitos, solo dijo algo muy significativo: "No voy a ofrecer un programa entre cuatro paredes. Voy a promover diálogos y encuentros para que el programa de esta campaña tenga el sello de nuestra ciudadanía".
El deslinde de la estabilidad. ¿Y los movimientos sociales?
Esa declarada falta actual de programa tiene la fortaleza de que cualquier votante puede alimentar la expectativa de que, mediante esos diálogos, sus propias aspiraciones lleguen a acogerse en tal formulación indefinidamente abierta. Y para sus competidores de centroizquierda puede ser difícil enfrentar algo tan vago, en lo que todo puede (o no) estar incluido. Así, ¿cómo se perfilará en las primarias un José Antonio Gómez? ¿Cómo se posicionará un Andrés Velasco, que es instancia ahora y que también parece mirar a 2018? ¿Y un Claudio Orrego, que necesita que la DC obtenga un piso de 20% de votación, so riesgo de que se esfume el peso de su partido como miembro decisivo de la coalición? Ante tantos objetivos contrapuestos, parece anticipable que ella se mantendrá en ese plano de máxima generalidad, eludiendo cuanto pueda los debates hasta las primarias, y aun después, si las ganare.
Pero esa amplitud que parece abierta a todo no responde en nada a la inquietud de aquella gran masa ciudadana que quiere saber si lo anunciado por la precandidata asegura lo esencial de los avances logrados por el país en los últimos 40 años, bajo gobiernos de muy variados signos, y que, además, en los últimos tres años han cobrado un ritmo multiplicado, que destaca en el continente y aun en el mundo. Ellos se han alcanzado gracias a políticas públicas razonables y sostenidas allende de los gobiernos; en suma, gracias a una estabilidad sobre fundamentos realistas. Y eso parece ser hoy comprendido y valorado por la mayoría ciudadana, más madura que hace una década y que, entretanto, ha visto el desastre del Estado de Bienestar europeo y las nefastas réplicas del populismo en países tan ricos como Venezuela y Argentina.
Es cierto que la lucha política se apoya más en las emociones -como los llamados a la igualdad- que en la racionalidad y el realismo exigentes. Pero quizá se subestime en demasía la capacidad analítica de los chilenos -o su intuición- si sólo se les ofrecen promesas ideales, pero que comprometan su bienestar. El discurso programático de Bachelet enfrentará allí un desafío.
Y subsiste la gran pregunta sobre los "movimientos sociales". Los hay espontáneos, pero son los menos. Los más suponen organización, y esta la impulsan movimientos que no necesariamente se sienten interpretados por Bachelet. ¿Y fue coincidencia o advertencia que casi simultáneamente con su llegada se realizara un inusual paro portuario "solidario", altamente dañino para todo el país? ¿Cuál sería la efectiva influencia comunista en un eventual gobierno suyo?