¿Cuál es el sentido de la acusación constitucional contra el ministro Beyer? Para saberlo hay que dar un breve rodeo.
Según enseña Hegel (en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal ), la repetición juega un papel fundamental en la historia y (debiera agregarse hoy) en la política. Cuando las cosas ocurren sólo una vez pueden ser un accidente, un simple tropiezo; pero cuando ocurren dos veces, indicarían que hay algún proceso subyacente desplegándose.
Es lo que parece ocurrir con la acusación constitucional contra el ministro de Educación.
La primera vez fue el caso de Yasna Provoste. Se descubrió que una funcionaria había mal pagado unas subvenciones escolares. El escándalo, entonces, se desató: ¿cómo la ministra había permitido que algo así ocurriera bajo sus narices? Yasna Provoste fue destituida y condenada al ostracismo, del que recién ahora principia a recuperarse.
La segunda vez es el caso del ministro Harald Beyer. De pronto se descubre que algunas universidades están organizadas para que sus controladores se apropien, y no reinviertan, parte importante de sus excedentes. No se trata de un fenómeno reciente, como lo prueba el hecho de que algunas de las instituciones cuestionadas existen desde hace más de una década. La acusación entonces se desata: ¿cómo el ministro permitió que ocurriera eso ante su vista?
Si le creemos a Hegel, la repetición del fenómeno indica que hay un proceso subyacente que es común a ambos. Y la cuestión consiste entonces en descubrir cuál sería.
Las alternativas son dos: o por alguna rara maldición los ministros de Educación son especialmente descuidados (Provoste a la hora de pagar las subvenciones; Beyer cuando se trata de impedir el lucro), o, en cambio, el diseño institucional es malo (en la medida en que contempla subvenciones difíciles de controlar y permite que un mismo controlador lo sea de la universidad y la empresa con la que ella contrata).
¿Cuál de esas alternativas es la correcta?
Es difícil sostener la primera.
Si se compara la conducta ministerial de Harald Beyer (no sus ideas ni sus proyectos, puesto que en una democracia ellos no son materia de acusación, sino de debate) con la de quienes le antecedieron, él aparece con la agilidad y el rigor de un inquisidor entusiasta. Si se pusiera la vara de esta acusación a la misma altura enfrente de todos los ministros de las últimas décadas, no cabe duda de que Beyer la saltaría sin problemas y casi todos sus colegas se enredarían en ella sin pasarla. Lo prueba el hecho -la verdad sea dicha- de que con iguales reglas él ha ejecutado más acciones para verificar el cumplimiento de la ley que todos los que lo antecedieron. Este hecho es tan indesmentible, que ni el furor ideológico logra ocultarlo, ni el ajedrez de la política justificarlo.
En cambio, la segunda alternativa es la correcta.
Lo que ha ocurrido todos estos años, desde el fraude en las subvenciones escolares a la extracción de recursos de las universidades a través de sociedades relacionadas, es el resultado casi obvio del diseño institucional. Un sistema escolar que reposa sobre la idea de que el financiamiento público debe distribuirse al compás de la asistencia escolar no sólo favorece el delito (simular asistencia para cobrar más subsidios), sino que en sí mismo es un engaño (puesto que supone que si los alumnos asisten, el sostenedor cumple con su deber y merece que se le pague). Y un sistema universitario que cuenta con menos cautelas que los clubes de fútbol, inevitablemente permite que los negocios se crucen y el control se haga imposible.
El problema con este tipo de acusaciones constitucionales -para desgracia de Provoste, sólo es obvio ahora, cuando la historia se repite- es que desplazan el problema desde el diseño institucional a la conducta del ministro. En otras palabras, transforman una cuestión relativa a la estructura en un asunto relativo al mero cumplimiento del deber.
En el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte , Marx se muestra de acuerdo con las palabras de Hegel según las cuales en la historia hay cosas que ocurren dos veces. Pero agrega: la primera vez como tragedia, la segunda como comedia.
Tenía toda la razón.
La historia se repite. primero fue Yasna Provoste, ahora Harald Beyer. hay, sin embargo, una diferencia: la primera vez fue una tragedia, ahora es sólo una comedia.