Esta es la enésima película basada en la novela de León Tolstói, una de las obras literarias favoritas del cine y la TV y, más especialmente, de las actrices. Greta Garbo la interpretó dos veces, con tales diferencias, que parece que el misterio de Anna tuviese honduras sin fondo. Sólo que aquí, como en muchas de las anteriores adaptaciones, no ruge la historia con el feroz bramido de los campesinos, ni decae la aristocracia mordida por sus propias ambiciones, ni se alza la tragedia en medio de la épica. Es mejor olvidarse de Tolstói.
Esta película propone una representación-dentro-de-la-representación, como algunas veces hicieron Laurence Olivier, Jean Renoir o, más cerca, Baz Lührmann. Es decir, una doble estilización. El relato comienza y se desarrolla en un teatro y en el primer tercio se mueve con la velocidad y el vértigo de los cambios de escenario. Son los momentos en que el cineasta Joe Wright despliega el talento coreográfico que le permitió filmar uno de los travellings más asombrosos del cine reciente, el de los soldados atrapados en la playa de Dunquerque, en Expiación, deseo y pecado.
La historia es conocida. Aquí comienza, con un énfasis singularmente rápido, en un episodio de infidelidad: Tsiva Oblonsky (Matthew Macfadyen), alto funcionario del gobierno zarista, es abandonado por su mujer cuando ella descubre sus amoríos con la institutriz. La hermana de Tsiva, Anna (Keira Knightley), casada con el ministro Alexei Karenin (Jude Law), viaja a Moscú para tratar de recomponer el matrimonio.
En ese viaje conoce al conde Vronski (Aaron Taylor-Johnson), levemente comprometido con la joven Kitty (Alicia Vikander), a quien por otro lado pretende el terrateniente Levin (Domhnall Gleeson). Anna sucumbe a los encantos de Vronsky y en el mismo paso pierden la abandonada Kitty y el desechado Levin.
En principio, el centro de todo es la pasión incontenible de Anna, que la conduce a humillar a su marido, motivar el escándalo en la corte de San Petersburgo y hundirse ella misma en el ostracismo y la maledicencia. ¿Esta es la famosa Anna Karenina de Tolstói? Nuevamente: no. Es sólo una idea estilizada, pero de tal manera que está más cerca de la histeria que de la bravura amorosa. Es mucho más un personaje de Freud que de cualquier otro autor, incluido el mismo Joe Wright.
Esta película comienza con una gran velocidad cuando aún no pasa nada y su ritmo declina y se vuelve contemplativo cuando empieza la verdadera guerra de Anna. Esta paradoja hace que el tema de la pasión se desplace hacia un eje más raro, el de la compleja y contenida situación de Alexei Karenin, que es por lejos el personaje más interesante, el único que soporta dolores verdaderos y maduros, con una carga inaguantable entre la contención y la violencia.
Wright es un cineasta atrevido, que no se amilana ante sus fuentes. Pero casi nunca da el ancho. Su Anna Karenina se deja ver como una estilización polarizada, aunque en el camino se convierta en una idea gélida de la pasión feroz de Anna, un almíbar helado y poco memorable.
Anna Karenina
Dirección: Joe Wright. Con: Keira Knightley, Jude Law, Aaron Taylor-Johnson, Matthew Macfadyen, Kelly Macdonald. 129 minutos.