La Cámara de Diputados aprobó el bono marzo, 40 mil pesos más 7.500 pesos adicionales por hijo menor de 18 años o integrante discapacitado. Lo recibirán cerca de dos millones de familias, abarcando esta vez a la clase media.
La justificación sería que el país ha tenido buenos resultados económicos y el Gobierno ha sido responsable y austero en el manejo fiscal.
La oposición acusa al Gobierno de populista, lo que era predecible, y este contesta que la Concertación entregó muchos bonos cuando estaba en el poder, lo que es cierto.
En el gobierno de Lagos se dio un bono el año 2002, luego uno en 2004 y dos en 2005, que era año eleccionario. Michelle Bachelet entregó un bono en 2006, dos en 2008 y dos en 2009, año eleccionario. Este gobierno entregó uno en 2010, por el terremoto, y otro en 2012.
Pero ¿por qué preocuparse por estos anuncios? ¿No son acaso parte de la política? ¿No es un exceso de ortodoxia criticarlos?
Depende de cuál es la concepción que se tiene de la política y del rol del Gobierno y de las personas en la sociedad, y también del horizonte de tiempo en que se mira la política.
Los buenos resultados económicos se traducen en un mejor pasar de las personas. El empleo ha aumentado a tal punto, que con una tasa de 6% tenemos el desempleo más bajo en 16 años. Se han creado 817 mil puestos de trabajo en tres años, un registro notable en el que destaca que el 54% de ellos sea para mujeres.
Como consecuencia natural de este mayor empleo, los sueldos aumentan y disminuye la pobreza, todo esto sin bonos. Pero hay un problema: ello no se refleja en un apoyo mayoritario al Gobierno en las encuestas.
Entonces, hay que ayudarle un poco a la gente a entenderlo, y eso se hace demostrando que el Gobierno es sensible a las dificultades económicas que se viven en el mes de marzo y por eso se entrega el bono; incluso a quienes son parte de la gran clase media. Total no es un problema, porque el fisco tiene recursos.
Pero si el fisco tiene recursos, ¿por qué, entonces, aumentó los impuestos? Y si fue un problema de estimación, correspondería que devuelva esos recursos a la gente rebajando los impuestos.
Lo que sucede es que en estricto rigor, la plata que está entregando el Gobierno no es de él, es de la gente. Lo consecuente con la idea de que la riqueza la crean las personas y no el Estado, sería bajar los impuestos.
Pero el discurso no es ese. El Gobierno les regala plata a los chilenos porque hay almas caritativas entre sus autoridades.
De esta forma, muchos políticos convencen a la gente de que su suerte depende de ellos, y para que les vaya mejor económicamente tienen que apoyarlos con su voto. Eso se llama clientelismo, y le hace muy mal a la política. Argentina y Venezuela son países destruidos por esa práctica.
El problema está en las señales e incentivos que introducen estas medidas. El bono es un premio a la falta de ingresos que desincentiva el trabajo. El objetivo de la política social debiera ser sacar a las personas de la pobreza, y el bono no les ayuda a superar esa situación. Por eso, los especialistas coinciden en que los bonos son una mala política social, y el mismo Gobierno tiene programas, Ingreso Ético Familiar, que intentan evitar esos efectos.
Pero estamos en un año electoral, dirán algunos, de modo que hay que privilegiar la política. El bono aumentará la popularidad del Gobierno y ayudará a sus candidatos.
El problema del clientelismo es que nadie tiene el monopolio de este. Si usted regala la plata de todos, el otro también puede hacerlo cuando esté en el gobierno, de manera que esto se transforma en una escalada de populismo.
Además, ¿quien dice que la gente no recibirá feliz el bono y votará luego por la Concertación? Eso es, de hecho, lo que sus políticos están llamando a hacer.
Y es que en política, más importante que competir en atributos como sensibilidad social o generosidad con tus adversarios (donde muy probablemente perderás), es lograr poner los temas de la agenda. Cuando la centroderecha ha hecho eso (Thatcher, Reagan), ha tenido ciclos exitosos en política.