La primera ola del “nuevo cine” cubano, aquella de los 60 y 70, que saltó al mundo con solemnidad revolucionaria y gravedad marxista, con desafíos al imperialismo y manifiestos por el Tercer Mundo, parece materia de paleontología. Ya desde mediados de los 80, y más aún en los 90, con el “período especial” (cuando se había terminado la ayuda de la Unión Soviética y todavía no aparecía Hugo Chávez), el cine cubano ha sido invadido por un humor corrosivo y desopilante, una forma de esperpento y farsa en la que no se encubre, sino que se despliega, una cierta forma de resistencia contra la depresión y el pesimismo.
Juan de los Muertos, que fue estrenada con gran éxito en La Habana hace dos años, es una película de zombies, un género que en tiempos más ortodoxos habría sido calificado como escapismo. En los primeros minutos, Juan (Alexis Díaz de Villegas), un pescador y ladronzuelo que se define como “un sobreviviente”, presencia la expansión de una especie de peste por la cual los muertos atacan a los vivos. La televisión oficial lo denuncia como la acción de “grupúsculos de disidentes pagados por el gobierno de los Estados Unidos”. Pero Juan duda, porque el primer atacante que ve es un conocido “chivato” (soplón).
A medida que la plaga se extiende, Juan divisa un negocio (“somos cubanos, es lo que hacemos cuando se ponen malas las cosas”), que consiste en eliminar a los zombies de los hogares donde están pululando. Eslógan: “Matamos a sus seres queridos”. Para eso reúne a cuatro amigos, marginales como él, los arma como un grupo de “autodefensa”, y sale a eliminar muertos vivientes, que siguen siendo denominados como “disidentes”.
En paralelo a esta historia delirante hay otra, más sentimental, que pasa por el esfuerzo de Juan por reunirse con su hija Camila (Andrea Duro), una joven que lo rechaza desde la infancia. Pero esto es un poco accesorio (salvo en cuanto profundiza el sentimiento de no-futuro que respira toda la película) frente a la comedia negra que representa la progresiva conversión de los muertos vivientes en la enorme mayoría de La Habana. El apocalipsis de la capital cubana se despliega entre calles donde aparece, como parte del paisaje y bruscamente resignificada, la consigna “patria o muerte”, o en medio de la Plaza de la Revolución o en el alegre Malecón.
El cineasta de origen argentino Alejandro Brugués maneja el humor con sentido del contraste. Cada vez que hay un momento de cierta seriedad, lo revienta con alguna broma cruel, casi siempre muy bien modulada en términos visuales. Brugués no será muy fino, pero no carece de elegancia.
Y comparte esa extraña ambigüedad de otras películas cubanas similares: no es de ningún modo una cinta anticastrista en forma abierta, ni siquiera totalmente disidente. Es más bien lo que se ubica después del humor: el cinismo esperpéntico, el chiste apocalíptico, la risa en el naufragio.
Juan de los Muertos. Dirección: Alejandro Brugués. Con: Alexis Díaz de Villegas, Jorge Molina, Andrea Duro, Andrés Perugorría, Jazz Vilá. 92 minutos.