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Editorial
Jueves 14 de marzo de 2013
Francisco, el nuevo Papa
El nuevo Pontífice une al rigor doctrinario un profundo sentido social. Y su elección del nombre de Francisco (...) admite más de una lectura -¿llamado a reconstruir la Iglesia, gesto fraternal a órdenes que no son la propia?-...
En la gran incógnita que conllevaba esta elección papal, con tan numerosos y variados nombres mencionados como elegibles, la sorpresa de que el Pontificado recayera en el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, S.J., hasta ahora arzobispo de Buenos Aires, muestra que las interpretaciones desde el exterior de la Iglesia Católica y aun de fuentes dentro de ella -incluso con una plétora inédita de periodistas especialmente abocados a esta materia (solo en Roma, unos 5.000)- no logran penetrar en el espíritu del cónclave. Y esto no solo por su obvio secreto, sino porque las lógicas del mismo, su inspiración y su ánimo, en estas materias y momentos, no siguen las del mundo exterior. En la superabundancia de información, el nombre de Bergoglio fue uno más entre los posibles, pese al antecedente (muy reiterado) de que habría estado a un paso del Papado en la anterior elección, en 2005.
Para Chile, esta elección tiene grandes alcances, que previsiblemente se irán advirtiendo en el curso del nuevo Pontificado. Estamos ante el primer Papa que vivió parte importante de su formación sacerdotal en nuestro país, pues en 1958 comenzó el noviciado en la Compañía de Jesús, en Santiago, donde permaneció hasta 1964. Y hasta que el Papa Juan Pablo II visitó Chile en 1987, y luego, en 1988, lo hizo brevemente el cardenal Ratzinger, entonces Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el único Pontífice que había estado antes en nuestro suelo era Pío IX, como joven sacerdote Giovanni María Mastai-Ferreti, secretario de la misión Muzzi, en 1823.
Luego, Chile y Argentina, con una de las más largas fronteras comunes del mundo, tienen una historia compartida en momentos determinantes, algunos de alta tensión, pero con una paz nunca interrumpida. Siendo, pues, natural el recíproco conocimiento de las respectivas mentalidades, un Papa argentino nos resulta desde sus inicios particularmente próximo -una primera cercanía intuitiva que difícilmente podía darse con personalidades europeas-. Los chilenos conocemos por experiencia propia las realidades y los problemas latinoamericanos, y cómo ha debido enfrentarlos la Iglesia Católica.
Sus antecedentes biográficos muestran a un religioso de sólida formación doctrinaria, intereses intelectuales y culturales -se registra más de una decena de libros de su autoría-, pero también populares, que ha experimentado las vicisitudes de inmigrantes y sectores modestos, distante del boato, apegado a una disciplina de pobreza material, sencillo en sus formas y conductas, pero enérgico en sus posiciones. Algunos de estos rasgos de humildad y signos exteriores de sencillez se evidenciaron en su primera aparición e intervención en el balcón de San Pedro, en que aludió a que sus hermanos cardenales fueron a buscarlo "al fin del mundo", pidió al pueblo que orara por él antes de impartir su primera bendición -gesto sin precedentes que se recuerden- y formuló una significativa reafirmación de "la Iglesia de Roma, que guía a todas las iglesias", y llamó a la "confianza entre nosotros".
En congruencia con todo lo anterior, une al rigor doctrinario un profundo sentido social. Ha encabezado la lucha de los obispos argentinos por promover el mejoramiento de las condiciones de vida de su pueblo, otrora muy próspero, hoy con un significativo porcentaje en curso de pauperización. De allí que sus roces con el poder de turno hayan sido siempre en defensa de los pobres.
La elección del nombre de Francisco, sin apariciones en la nómina papal, admite más de una lectura -¿llamado a reconstruir la Iglesia, gesto fraternal a órdenes que no son la propia?-, pero en todo caso entronca con la tradición de pobreza evangélica, o bien se inspira, a la vez, en otro gran santo, Francisco Javier, gran misionero en Asia en el siglo XVI.
En lo central, con la elección de un Papa polaco y luego uno alemán, la Iglesia aparece habiendo optado por un camino de apartamiento de la línea italiana prevaleciente por siglos. Esto se acentúa ahora, al elegir a uno originario del continente que alberga al 40% de los católicos del mundo, con lo que universaliza aún más su gobierno y, predeciblemente, impulsará nuevas modernizaciones de la Curia. Cosecha así sus más fuertes savias nuevas en países y continentes que no tenían ese protagonismo hace pocas décadas -India, Asia, África-, con fuertes contingentes en las Américas. El que tantos cardenales europeos hayan elegido a uno que no es de ese origen confirma ese giro de redoblada universalización. Europa, hoy fuertemente secularizada, ya no representa el sector más dinámico del catolicismo, y este cónclave muestra que la Iglesia no lo ignora, y actúa en consecuencia.
Las últimas décadas no han sido fáciles para la Iglesia Católica. Constituida por hombres, ha mostrado las llagas de abusos sexuales de un número de sus consagrados -por primera vez difundidas globalmente por los medios de comunicación- y divisiones internas admitidas por el Papa Benedicto al dejar la silla de San Pedro. Pero, más allá de la prometida asistencia eterna del Espíritu Santo en que creen los bautizados, desde ojos puramente laicos ella conserva íntegramente su gravitación en la población mundial y en la primera línea de salvaguardia de los valores más primordiales y comunes de todos, como el respeto a la vida y la dignidad del ser humano, el sentido de la familia y la prioridad por los afligidos especialmente por la pobreza.
Una carga gigantesca recae sobre el nuevo Pontífice, y de ellas una principal es el fortísimo anhelo de renovación en el diálogo con el mundo, sin perder la integridad de la fe, y en la de aquellas estructuras cuyo único sentido legítimo es el mejor servicio a los católicos.
No sorprende, pues, que al presentarse el Papa Francisco ante la atestada Plaza de San Pedro, fuera evidente que sentía el peso abrumador de la responsabilidad asumida. Y su primera aparición despertó probablemente empatía espontánea en muchos miles de chilenos, que vemos en él a alguien que habla nativamente nuestro idioma y conoce nuestras realidades esenciales, aunque haya transcurrido tanto tiempo desde su estada entre nosotros. Podemos sentirlo, desde el primer momento, muy cercano.