La construcción de un mall en pleno borde marino de Valparaíso es un error grotesco que nos desnudará con vergüenza ante el mundo. Demuestra que en Chile no tenemos imaginación ni recursos para resolver dilemas urbanísticos importantes, que nuestra planificación es mediocre, retrógrada, y que nos hemos resignado al camino más banal de todos, el del comercio de baratijas, para pretender un desarrollo urbano rentable aunque culturalmente estéril. He aquí el dilema: ese mall causará un daño irreversible a los mismos valores físicos y culturales por los que la ciudad -una parte de ella, es cierto, pero en el concepto está la urbe completa- fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Estos valores son el legado industrial del siglo 19 (instalaciones portuarias, infraestructura, ascensores, ferrocarril, etc.), su notable arquitectura y entorno paisajístico y, tal vez lo más importante y vulnerable, el particular modo de vida, lo "intangible", costumbres y tradiciones únicas de los porteños.
Sólo un municipio extraviado podría creer que un mall resolverá, siquiera en parte, el destino de Valparaíso. Pero se trata del mismo municipio y la misma Dirección de Obras que por años ha permitido -con excusas pusilánimes y ofendiendo el sentido común de todos, menos de los inversionistas- levantar edificios de altura absurda en el plan, el borde costero y los cerros. También facilitó la construcción de un centro comercial donde antes estuvieron los gasómetros de Valparaíso, estructuras industriales del siglo 19, que en decenas de otras ciudades del mundo han sido incorporados en proyectos contemporáneos con tal de preservarlos. Hoy los reemplaza un galpón de arquitectura despreciable con un remedo de fachada.
En Chile, a estas alturas, sabemos suficiente de malls. En el caso de Valparaíso es la empresa portuaria la que pretende hacer un negocio inmobiliario con sus terrenos (que alguna vez fueron fiscales; es decir, públicos) y poco le importa las consecuencias en la ciudad: ni siquiera está obligada a tales consideraciones. Algo similar ocurrió ya en San Antonio, donde la empresa portuaria levantó en un sitio de su propiedad un edificio gigantesco, malogrando para siempre el panorama de la ciudad. En la costanera de Puerto Montt apareció otro monstruo, con la arquitectura, entorno y terminaciones más mezquinas imaginables. Y en la mítica Castro...
Para debatir el verdadero potencial del borde costero, abundan ejemplos interesantes, pero es imprescindible que la empresa portuaria acepte considerar las legítimas demandas de la ciudadanía, en lugar de actuar con la soberbia de un inversionista condescendiente. En primer lugar, habilitar espacio público genuino y de gran calidad (no confundir con espacio privado, como es en realidad un mall). Los programas deben ser aquellos que potencien la vocación económica de Valparaíso: turismo, educación superior, servicios, centros de negocios y convenciones, vivienda, cultura, esparcimiento.
El gran mall de la ciudad tiene que ser el comercio de Valparaíso completo, todas sus veredas, plazas, pasajes y vericuetos, entre los que se encuentran decenas de negocios históricos catastrados como "Lugar Valioso" por abnegadas organizaciones civiles como Ciudadanos por Valparaíso. Son estos negocios los que le dan razón de ser a Valparaíso, y están desapareciendo a ritmo vertiginoso por culpa de la gentrificación (reconversión inmobiliaria y social) de algunos barrios, y por la deplorable degradación del espacio público en otros. Es evidente el efecto del mall sobre estos lugares valiosos, y junto con ellos, sobre la cultura de la ciudad entera. ¿Qué postura tiene el municipio al respecto? ¿Y el Consejo de Monumentos Nacionales? ¿Dirán, simplemente, que todo está en orden?