Iba a darse. Estaba cantado. La discusión sobre el retorno de Jorge Valdivia a la selección que juega su chance de llegar al Mundial de Brasil iba a ser, de todas maneras, tema futbolero ineludible en algún momento. En especial si, como están las cosas hoy, el objetivo está en duda y se requiere de "todos los efectivos" sin distinción.|
Ello a pesar de que hace 16 meses, cuando Valdivia junto a otros cuatro compañeros (Beausejour, Jara, Carmona y Vidal) fueron separados por el seleccionador Claudio Borghi, la mayoría del medio -y de los medios- aplaudieron la medida tomada por el seleccionador y hasta, casi a una voz, se exigió que ninguno de los cinco retornara más a la Roja "para dar una lección sobre el respeto que se le debe a la selección".
Pero claro, las cosas han cambiado. Y los "principios" se han modificado a la medida de las circunstancias. Y ahora eso del "respeto" al equipo nacional es relativo.
O, más aún, poco relevante.
El retorno de Valdivia a la selección finalmente pudo darse porque se condice con la larga lista de desaciertos en la direccionalidad del proceso eliminatorio lo que hace que, a estas alturas, algo que parecía "lógico" sea hoy "discutible".
Y esta relativización conceptual tiene varios responsables.
Uno de ellos, la clase dirigencial, que en su momento traspasó toda la responsabilidad de mando al seleccionador -Claudio Borghi- para que este determinara qué hacer con los cinco jugadores que habían faltado a la disciplina de la selección. ¿No era mejor establecer claramente desde la cabeza del fútbol nacional una postura que evitara sucesivas interpretaciones? A la larga, lo que los jefes del DT hicieron, no fue un respaldo: fue hacerlo responsable "político" de un hecho que requería de una determinación disciplinaria permanente en el quehacer de la Roja.
El propio Borghi también se anota como un autor feroz del desdibujamiento conceptual. Hablar de "estado inadecuado" para referirse a la condición en que llegaron los jugadores a la concentración del seleccionador luego del bautizo convertido en juerga por los protagonistas del escándalo, no fue solo un eufemismo. Fue, a la larga, la ocultación de una verdad que debió dejarse en evidencia. Y, a estas alturas, ya no sirve de nada que salga a la luz.
Borghi también cometió el error de ocupar el perdón parcial. Ayudado por los dirigentes y sus decisiones en el Consejo de Presidentes, el seleccionador hizo distingos entre los sancionados: los que le hacían falta en la selección (Vidal, Beausejour) en contraposición con aquellos que no le hacía falta (Jara, Valdivia, Carmona) creándose, en los hechos, una odiosa distinción y, peor aún, una franca injusticia porque, es sabido, a igualdad de falta, lo justo es la igualdad de penas.
El Sifup también tiene vela en este entierro. Su pésimo asesoramiento, mostrando a los jugadores como "víctimas" y no como culpables de un abuso de confianza con sed de arrepentimiento, dibujó en la opinión pública la idea de un circo que terminó por banalizar un tema que contenía en sus inicios visos de gran seriedad.
Por eso, que ahora que Sampaoli llame Valdivia a la selección no es un tema de relevancia a partir de los principios.
Es solo una discusión futbolística.
Y a partir de ahí, se pueden esbozar algunas reflexiones.
Por su actual nivel en su club, uno podría al menos dudar de que Valdivia sea el jugador relevante que fue hace algún tiempo. Si es por la carencia de jugadores en su puesto específico de acuerdo a la visión del seleccionador, ahí se puede señalar que el jugador de Palmeiras sigue siendo una alternativa eficaz. Si, finalmente, es una "necesidad de la empresa" desde el punto de vista de Sampaoli, pues bien, que la cumpla.
Total, todo ahora es relativo. Y no tiene nada que ver con principios.