Durante este año multielectoral, se dirán muchas cosas. Las afirmaciones provendrán de los propios candidatos y de sus comandos, así como de los partidos y coaliciones que los apoyan. Decenas de planteamientos se emitirán en entrevistas, programas y declaraciones o serán fruto de debates.
Unas pocas ideas van a copar la discusión. Se repetirán los argumentos en su favor o en su contra, y es bueno que así sea, porque, al fin de cuentas, con ocho o diez asuntos bien planteados y bien resueltos, una sociedad se encamina a su mejoría. De lo contrario, se dirige hacia su colapso.
Lo importante es que para cada una de esas afirmaciones haya en el ambiente una razonable capacidad de dudas y de críticas, adecuadamente formuladas a través de las preguntas que correspondan.
Se afirmará que "el Estado debe asumir un papel protector que termine con la segmentación y la discriminación". Cabrá preguntar cómo se compaginará eso con el imprescindible pluralismo y con la legítima diversidad, y cómo se evitará comenzar a caminar en la dirección de una definitiva ingeniería social totalitaria.
Se dirá que "es imprescindible una nueva reforma tributaria que termine con las desigualdades y redistribuya los ingresos". Pero, ¿y cómo se asegura que esos recursos no vayan a parar a una enorme masa de nuevos burócratas, unos pocos de ellos iluminados por la ideología, y oscurísimos la gran mayoría?
Se sostendrá que "el modelo funciona y es exitoso, y que retocarlo puede frustrar el desarrollo". ¿Eso significa que ninguna de las injusticias debe corregirse, que toda aplicación de la subsidiariedad es considerada contraria a la libertad?
Se propondrá "el fin del lucro en la educación y en la salud". Cabrá interrogar: ¿Supresión de todas las subvenciones a colegios y prohibición de ganancias para centros e institutos? ¿Eliminación de las isapres?
Se prometerá "una educación gratuita y de calidad". Habrá que consultar si eso significa un sistema nacional en manos del Estado -mediante propiedad o a través de regulaciones- y financiado con recursos fiscales, y, obviamente, si la calidad será o no de libre determinación.
Se sugerirá "la necesidad de completar un cambio cultural y moral que elimine los enclaves conservadores". Entonces habrá que preguntar: ¿Podrá seguirse defendiendo la familia, la vida desde la concepción hasta la muerte natural, la diversidad de concepciones históricas y la libertad de creencias y de prácticas religiosas?
Se lanzarán "fórmulas para lograr la participación efectiva de las personas, de modo que sean por fin oídas". Sí, bien, pero, ¿serán las minorías ambientalistas, indigenistas, comunistas, sexuales y animalistas las que determinarán la pauta de la participación en las calles y en la Asamblea Constituyente?
Se insistirá en que "lo importante es el desarrollo, medido en términos de per cápita, y que todo esfuerzo por alcanzar esa meta es prioritario". Pero, ¿sabrán sus partidarios contrastar esa aspiración con la evidencia de un país con decrecientes niveles de humanidad? ¿Entenderán que no hay desarrollo sin matrimonio, familia, lenguaje, costumbres, seguridad, respeto?
Los candidatos afirman que están recorriendo el país para oír lo que la gente quiere plantearles. No hay problema. Pero desde ya, y en paralelo, la gente quiere saber qué proponen, qué piensan.
Y porque toda afirmación genera sus dudas y todo planteamiento merece ser contrastado, hay que dar con las preguntas adecuadas. Es el primer ejercicio de la democracia, mucho antes de que potencialmente nos preguntemos "¿Votaré? y "¿Por quién?"