Sorprende encontrar, más allá de lo previsible, la huella ya antigua del realismo mágico en autores de generaciones más contemporáneas; aunque, en el caso de la brasileña Andréa del Fuego (Sâo Paulo, 1975) hay que establecer necesarios y bienvenidos matices. El relato transcurre en las primeras décadas del siglo XX, en el norte brasileño, en pueblos y haciendas sacudidas por el avance de las primeras hidroeléctricas y los cambios que acarrea el progreso. Es la historia de tres hermanos huérfanos y prontamente separados; uno a la hacienda, otro al convento -donde permanece hasta la adolescencia porque es enano-, otra entregada en adopción desde esa misma institución religiosa. El lenguaje poético de Del Fuego está, por fortuna, muy lejos de los manierismos acartonados del lenguaje nobelmarquiano, según lo caracterizó tan bien el periodista italiano Francesco Varanini; y la magia, que la hay, tiene un dejo de humor que de alguna manera la hace menos irritante (que alguien se pierda en el poso de la cafetera no deja de tener gracia). El mundo rural y de los pequeños centros urbanos que avanzan hacia convertirse en ciudades está muy bien retratado, desde el tradicional machismo latinoamericano hasta el sincretismo religioso tan presente en muchas sociedades y grupos mestizos. Ese soporte de realismo y retrato social es lo más logrado de un relato que se dilata en el tiempo a través de la construcción de una central hidroeléctrica, la inundación de vastas extensiones de tierras y la constitución de una suerte de mundo paralelo, cortado por el agua, en donde los hombres hablan el mismo idioma, pero con algo distinto en el espíritu que los lleva, finalmente, a migrar lejos, en un barco misterioso que poco a poco se acerca al borde de la caverna que hace de puente entre los dos mundos. La reencarnación siempre cambiante de la mamá del hacendado y luego del hacendado mismo, dos viejas gemelas que roban pasteles y dan a luz a una perra cuando les dan un escopetazo en el maizal, tienen su poderoso contraste en las monjas francesas que administran el orfanato y que pretenden, con una recién llegada, hacerse con el control social y moral de los restos de la ciudad abandonada; porque así como llega el agua y con ella la luz, también se va, y en el caos subsiguiente culmina la historia de encuentro y desencuentro de los tres hermanos Malaquias.
Andréa del Fuego.
Edhasa,
Buenos Aires, 2012.
175 páginas.