Señor Director:
A mis 41 años me considero una buena deportista: durante mis vacaciones recién terminadas anduve en bicicleta 24 kilómetros diarios, y de no poder, trotaba cinco kilómetros. Eso sí, debo confesar que tengo un pecado: soy fumadora.
Mi marido, también ciclista, tuvo un accidente, por lo que debió ser hospitalizado para someterse a una cirugía de un poco más de dos horas. Mientras lo esperaba, decidí salir al jardín de la clínica a fumarme un cigarrillo. En ninguno de los tres cafés, al aire libre, se podía fumar. Me indicaron un lugar especialmente habilitado para ello. De más está decirle que no tenía sillas ni mesas, solo dos ceniceros.
Mientras fumaba, sentada en el suelo en una orilla, me preguntaba hasta dónde se puede llegar restringiendo
las libertades personales. Es evidente que el ideal es no fumar, tengo seis niños y ojalá ninguno de ellos fume, pero ¿puede restringirse el derecho que yo tengo a fumar hasta el nivel que hemos llegado en el país? ¡Hay tantos temas más relevantes como para seguir invirtiendo tiempo y recursos en perseguir a los fumadores!
Bernardita Soto Velasco