Tarantino está de bajada. Eso lo sabemos todos los que apreciamos su singular irrupción en el cine norteamericano de los 90. Por lo menos desde Death proof, no ha hecho nada que esté a la altura de sus primeras cintas, mientras, a la inversa, la longitud de sus películas parece crecer sin límites.
Sigue siendo el campeón de la recuperación y el reciclaje y si la posmodernidad es intertextualidad, entonces es también un espolón posmoderno. Fiel a sí mismo, en esta película parte del spaghetti western, un subgénero tan bastardo como el de las artes marciales, y lo combina con el de la esclavitud e, incluso, en un golpe de audacia más pedante que consistente, con la leyenda germánica de los Nibelungos.
La historia arranca en el Texas de 1858, donde el dentista alemán King Schulz (Christoph Walz) halla al esclavo negro Django (Jamie Foxx), que trabajó en una granja de donde salieron tres bandoleros buscados por la justicia. Schulz es un cazarrecompensas y necesita a Django para identificar a sus presas. Intenta comprarlo, pero la porfía de los traficantes lo obliga a una decisión más ejecutiva. Este patrón se repite en muchos momentos posteriores, como parte del humor clásico de Tarantino: ejecuciones inesperadas, criminales estúpidos, barbaridad desopilante.
Django tiene su propia agenda: aspira a rescatar a su esposa Broomhilda (Kerry Washington), cuyo nombre alemán procede de los Nibelungos, aunque Schulz describe la leyenda de modo terriblemente distorsionado. Broomhilda ha sido comprada por el dueño de Candyland, una de las mayores haciendas de algodón del Mississippi, Calvin Candie (Leonardo DiCaprio), hombre sádico y satánico, aunque de no muchas luces. Aquí es Django quien necesita a Schulz para entrar en el bastión esclavista y planificar su propia versión del Götterdämmerung, que es la interpretación amistosa (y exagerada) de Tarantino para las masacres que caracterizaban al spaghetti western.
La totalidad del conflicto y gran parte de su resolución están planteados antes de los primeros 60 minutos. ¿Cómo se llega entonces a un metraje de 165 minutos? Por la pura especulación visual y narrativa, que en el caso de Candyland, con DiCaprio en el medio, es un ejercicio insoportable de banalidad.
De acuerdo, Tarantino es un cinéfilo de verdad y aquí se oyen ecos lejanos de los grandes del western -Ford, Hawks, Walsh, Boetticher, Peckinpah- y también de sus destructores -Leone, Corbucci, Fulci-. Su humor sugiere lecturas nuevas de ciertos arquetipos (la discusión sobre las máscaras del Ku Klux Klan, Franco Nero -el primer Django- como un apostador italiano, el mundo de los mandingos) y hay momentos en que parece que esto fuese a despegar. Tarantino siempre será mejor que sus imitadores. Pero un metraje tan fofo, tan lleno de grasa, tan autocomplaciente como el de Django sin cadenas no puede ser un avance. Siempre habrá gente que disfrute de la insolencia de Tarantino y está muy bien que así ocurra, pero en este caso el director ha pisado otro peldaño. Hacia abajo.
Django Unchained.
Dirección: Quentin Tarantino. Con: Jamie Foxx, Christoph Walz, Leonardo DiCaprio, Kerry Washington, Samuel L. Jackson.
165 minutos.