La documentalista Maite Alberdi entrevistó a casi 200 salvavidas del litoral chileno y visitó decenas de lugares antes de quedarse en lo que le debió parecer la combinación ideal: el salvavidas Mauri (Mauricio Rodríguez) y la populosa playa Chépica, en el balneario de El Tabo. Con estos dos pilares, un personaje y una localidad, construyó un documental de poco más de una hora que se mueve en diversos niveles.
El primero, el más visible y más hilarante -que predomina en los 30 minutos iniciales del metraje- es el comportamiento del mundo popular en un espacio abierto, igualitario en el sentido de que no está atado a las definiciones tan fulminantes de los ambientes habitacionales. La playa se presenta más fácilmente como un espacio de libertad.
Pero eso es sólo aparente, porque los grupos populares ejercitan aquí sus estrategias de resistencia y rebelión contra normas que no aceptan (no beber, no comer, no fumar marihuana, no poner carpas, no hacer fogatas) y su rechazo al orden expresado siempre de manera oblicua e imprecisa, produce los momentos más graciosos, como el de la niña extraviada, la pareja que hace un asado o la mujer que se intoxica.
Por supuesto, todo este segmento no se refiere únicamente a una playa popular como la de Chépica, sino también, y más en general, a la cultura popular chilena, con sus singulares modos de expresión y sus muy curiosas diferencias generacionales. Hasta aquí, El salvavidas sería un trabajo de investigación etnográfica.
El segundo nivel modifica ese énfasis. Es la confrontación entre Mauri y su colega Jean Pierre (Jean Pierre Palacios). Uno es ordenado, cumplidor, aplicado y conocedor de los reglamentos hasta el detalle; el otro es desestructurado, improvisador, un pelín irresponsable y demasiado relajado para la neurosis de Mauri.
La película empieza a adquirir un semblante sombrío en su exacta mitad, cuando Mauri denuncia a Jean Pierre a los marinos. No pasa nada, pero se percibe que la competencia ha dejado de ser graciosa. Ambos desarrollan su propio marco teórico: Mauri explica que un salvavidas que se mete mucho al agua (como Jean Pierre) es un fracaso, porque el oficio consiste en prevenir; Jean Pierre opina que un verdadero salvavidas es el que se mete al agua, no como Mauri, que nunca lo hace. Es, digamos, una confrontación entre la teoría y la práctica, la reflexión y el vitalismo, Platón y Nietzsche.
El siguiente nivel es el más complicado. Un accidente en el cuarto día de playa pone a prueba las tesis de Mauri y Jean Pierre. Uno de los dos será derrotado por la evidencia y la película, que hace muy bien en limitar su juicio y dejar a la vista sólo la amargura, se despeña bruscamente hacia un final triste y solitario, perfecta contracara del inicio masivo y delirante.
El salvavidas es un gran documental, uno de los mejores que se haya hecho en Chile. Es curioso, pero su calidad se basa en huir continuamente de la etnografía, que al mismo tiempo es su activadora.