Rodrigo "Rigo" Bellott es uno de los cineastas más activos de Bolivia. ¿Quién mató a la llamita blanca? es el segundo de sus tres largos y también el que ha tenido mayor éxito en su país y más difusión en los festivales latinoamericanos. Se sitúa en el 2005 y comienza con un narrador que desde el centro de La Paz proclama a Bolivia como "el paraíso del subdesarrollo".
Lo que sigue es un extenso pastiche visual con el que Bellott despliega su idea visual acerca del subdesarrollo. Las imágenes se complementan con letreros, definiciones de palabras, globos de diálogo, divisiones de la pantalla y toda clase de fragmentaciones que producen una especie de estética estridente, ya no de lo pobreza, sino de un estadio cultural incoherente, contradictorio, irracional.
El relato se organiza en torno a "Los Tortolitos", Jacinto Choquetijlla (Miguel Valverde) y Domitila Condori Ramos (Erika Andía), una pareja de indígenas de El Alto que se convierten en los criminales más buscados de Bolivia. ¿Cómo llegan a serlo? Por un solo motivo: los pequeños delitos que cometen tratando de cumplir el encargo que les hace El Negro (John Byers), el mayor narcotraficante del país: transportar 50 kilos de cocaína desde un pueblo cerca de Oruro hasta la frontera con Brasil, a cambio de 50 mil dólares. La pareja es perseguida por los mejores agentes antinarcóticos, que son también los más corruptos, racistas y abusivos.
El incidente que da el título a la película -la muerte de una pequeña llama atropellada en un camino de Oruro- es muy poco relevante, como lo son casi todos los que se acumulan en las casi dos horas del metraje. Es una película consciente de que funciona por agregación, no por el significado de sus partes.
El recorrido de "Los Tortolitos" sirve de pretexto para atravesar Bolivia desde el altiplano hasta la jungla y es tan extraordinariamente incorrecto, que de haber sido filmado por un extranjero habría sido considerado una agresión. La Bolivia de ¿Quién mató a la llamita blanca? no es un paraíso, sino un infierno de subdesarrollo, ridículo hasta la parodia, absurdo hasta la demencia, disperso hasta la anomia.
Como ejercicio de autocrítica cultural, social y política, esta película supera casi todo lo conocido en América Latina. Es descarnada hasta la crueldad y a veces parece que hasta abandonara el mínimo de compasión hacia sus propios personajes. En alguna época el cine creyó que la estética del subdesarrollo la constituía la pobreza retratada con gravedad; y en el caso de Bolivia, la gravedad indigenista de Jorge Sanjinés. Ya no es así. Los collas y los cholos también son materia de una burla salvaje y estentórea.
¿Quién mató a la llamita blanca?
Dirección: Rodrigo Bellott. Con: Erika Andía, Miguel Valverde, Cacho Mendieta, Pablo Fernández.
112 minutos.