Cuando en 1953 se produjo en Berlín Oriental el levantamiento de los alemanes del este contra el régimen comunista impuesto por la Unión Soviética, el destacado dramaturgo y militante comunista alemán Bertolt Brecht lanzó un mensaje provocador a los líderes del gobierno: "Camaradas, si el pueblo no puede elegir otros dirigentes, entonces los dirigentes tendrán que elegir otro pueblo". Brecht, que sabía con qué chichita se curaba, fue precavido: como vivía en el socialismo y era parte de la nomenklatura , tenía pasaporte austríaco, y sus editores le depositaban los honorarios en Suiza.
Me acordé del levantamiento germano-oriental, aplastado con tanques y fusiles, al conocer la exigencia de algunos en el sentido de reinstaurar el voto obligatorio por la baja participación en la última elección. Es cierto que una democracia en que
sólo vota la minoría es una democracia frágil. Pero creer que se fortalece la democracia obligando a votar es tener una concepción cuantitativa de la democracia. Peor aún. Una solución así, basada en la imposición, es barrer la responsabilidad de los políticos bajo la alfombra. Implica, además, culpar al ciudadano por la falta de appeal del político. Implica confundir al mensaje con el mensajero, convertir al juzgado en juez.
Creo que los mecanismos para revertir la situación son otros, pues las causas de la apatía ciudadana son otras. Una de ellas es el escepticismo frente a los políticos, fenómeno, en rigor, universal. Otra es la inexistencia de educación cívica, sobre lo que volveré más abajo. Una tercera es el menosprecio por la ciudadanía: al mirar los afiches de los recientes candidatos, nunca pude saber a qué partido pertenecían. Sólo veía rostros simpáticos, mucho photoshopping , lemas alegres. También es cierto que a determinado nivel de prosperidad de un país, muchos creen que pueden prescindir de los políticos.
Pero tampoco hay que dramatizar: en las principales democracias occidentales, la abstención es elevada. En EE.UU. vota apenas la mitad de la población en las presidenciales. Por el contrario, en los países con crisis políticas, la gente se vuelca a las urnas para expresar descontento. La política adquiere predominancia, lo inunda todo. El papelero de la historia está lleno de sistemas con voto obligatorio, donde votaba 99% de la población brindando apoyo cerrado a un solo partido.
Otro punto importante: nadie puede hablar en nombre de quienes prefieren quedarse en casa. Es un segmento incógnito.
Creo que una causa importante de la apatía electoral se halla también en la educación básica y media. Los estudiantes tienen razón cuando se quejan de mala educación. Basta con leer tweets de chilenos, ahítos de faltas de ortografía, o con escucharnos hablar en el avión, el bus, la radio o televisión, para constatar que nuestro lenguaje es pobre y de sintaxis defectuosa, que nos cuesta expresar matices o fundamentar nuestras ideas. Eso viene de la infancia y adolescencia. En programas de conversación de la televisión mexicana o colombiana advertimos de inmediato la diferencia en materia de articulación de ideas, complejidad de estructuras y empleo de sinónimos. La expresión oral se ejercita especialmente en clases de humanidades, pero también en la interacción con la familia. Cuando se tiene 20 o 30 años, ya es tarde para corregir el déficit. La expresión no mejora en clases donde no se leen ni discuten textos, donde no se escucha al otro con atención, en familias que cenan mudas ante el televisor encendido.
Y respecto de la apatía electoral, preguntémonos: ¿en qué cursos se enseña a debatir y platicar, o se reflexiona sobre deberes y responsabilidades del ciudadano, la importancia del voto libre, o por qué las sociedades deben regirse por elecciones, no por manifestaciones; por votos, no por botas?
Es peligroso cuando los demócratas concluyen que la vida en democracia, el respeto a los derechos individuales o la solución pacífica de las diferencias en la sociedad es algo natural. Por el contrario, conservar la vida democrática implica un esfuerzo diario y permanente en la enseñanza de las prácticas y valores democráticos a los niños, los jóvenes y los adultos. Si no se les enseña la importancia de la democracia, ¿por qué habrían ellos de concluir que es importante? El mensaje de Brecht tiene vigencia incluso en una sociedad democrática.