Decano de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad Andrés Bello.
El Fondo Monetario Internacional proyectó que el producto per cápita de Chile superará el umbral de los 20 mil dólares en 2015 . Las encuestas de expectativas muestran que la población mantiene la confianza en alcanzar el desarrollo en un horizonte cercano, aún en el ambiente de efervescencia social que existe en el país. El Banco Central entregó nuevas estadísticas sobre el crecimiento desde 2003, que muestran que éste fue 0,6 puntos porcentuales mayor al estimado originalmente.
Estos antecedentes, aparentemente dispersos, indican que a pesar de los nubarrones de la economía internacional, en Chile estamos viviendo un crecimiento cuyas raíces se extienden varios años hacia atrás y que si es bien gestionado, podría proyectarse hacia adelante.
El diagnóstico del gobierno se fundamentó en que durante la administración anterior el país vivía una "siesta" de la cual debía salir. Ahora verificamos que esa hipótesis estaba equivocada, lo que genera una preocupación mayor, porque las recetas para despertar una economía adormecida son muy distintas a los desafíos que implica dar gobernabilidad a la nueva fase de expansión. Se reduce el espacio para el exitismo que está tan a flor de piel de las actuales autoridades y que de poco sirve en las actuales condiciones.
Las nuevas cifras del Banco Central sirven para afinar el diagnóstico de los desafíos actuales y son coherentes con lo que ocurre en diversos ámbitos, como el consumo, la inversión, el aumento del parque automotor y el dinamismo del empleo.
Para partir, se despeja el puzzle de la baja en la productividad: crecimos más con menos inversión y con la misma ocupación. La aparente baja en la productividad fue un fenómeno estadístico que las comisiones Tantauco convirtieron en un relato político.
Esto significa que el crecimiento de tendencia ha sido subestimado y que en la actualidad está por encima del 5%. Incluso más: si enfrentamos bien los desafíos energéticos, podría situarse en torno al 5,5%. En efecto, el costo económico del aumento en precio de la energía (que en la actualidad es de entre 20 y 30% superior al precio promedio de los países de la OCDE) alcanza alrededor de 0,3 puntos porcentuales de crecimiento.
El malestar social que observamos a partir de 2011 complementa este análisis en dos direcciones, interrelacionadas entre sí. Primero, la experiencia internacional ha mostrado reiteradamente que el crecimiento económico por sí solo no mejora la distribución del ingreso o de las oportunidades, lo cual es un desafío para los países que aspiran a dar un salto al desarrollo. Esto requiere invertir más en educación, salud y acceso de la población a servicios básicos como transporte, financieros y comunicaciones. Éste es un requisito para conciliar crecimiento con equidad, lo que es una condición del desarrollo sostenible.
El cambio que en los hechos está teniendo la agenda del Gobierno, especialmente con la reforma de la educación, muestra que se trata de un desafío inevitable en las condiciones actuales de la sociedad chilena y genera optimismo sobre la capacidad del país para enfrentar con éxito estos desafíos.
Lo segundo es reiterar que el crecimiento económico requiere de gobernabilidad, la que se apoya en una arquitectura social capaz de generar una agenda coherente con el interés común; una institucionalidad legítima y eficiente para llevarla a cabo, y un ambiente de confianza que abra las puertas a interacciones colaborativas, coherentes con el proyecto de bien común.
La encrucijada en que se encuentra la reforma en educación o la agenda en energía ilustra bien este desafío. Lamentablemente la base de gobernabilidad de las reformas necesarias para seguir avanzando se ha ido debilitando gradualmente, y ahora tenemos que revertir esta tendencia.
En este contexto, los desafíos para la fase que viene son restablecer el equilibrio entre el avance económico y social y dotar al nuevo impulso de la economía de un sólido sustento de gobernabilidad.