Una vez más se presenta en nuestra escena política la tentación del asambleísmo plebiscitario, impulsado por quienes confunden el fracaso de sus propias estrategias de reforma con una crisis del sistema político y de la democracia representativa. El presidente de la Democracia Cristiana -al igual como anteriormente lo han venido haciendo voces del PPD- ha propuesto sustituir los cauces institucionales de reforma de la Constitución y del sistema político por fórmulas entre las cuales no se descarta el mecanismo denominado "
asamblea constituyente". Lo más preocupante es que esta propuesta, lejos de chocar con un rechazo contundente de la clase política -como habría sido natural esperarlo-, parece encontrar cierta acogida, al menos en varios sectores del PDC -junto con el rechazo de otros sectores de esa misma colectividad-.
No se debería olvidar que la democracia representativa es un refinamiento de las formas primitivas de la democracia, que permite recoger lo mejor del sentir ciudadano y hacerlo compatible tanto con la complejidad de la estructura social -o que incluye el respeto a las minorías- como con la sofisticación en el análisis y la evaluación de las políticas que esa estructura social requiere. Entregar decisiones complejas y trascendentales para el bien social a fuerzas cuya principal virtud consiste en ser capaces de movilizar a las masas en un momento determinado no sólo sería una vuelta atrás, sino una abdicación de la responsabilidad que incumbe a los propios políticos. Tras el asambleísmo se esconde casi siempre la voluntad de imponer a una parte del país una decisión para la cual no existe consenso; por eso, se trata de una estrategia radicalmente antidemocrática.
En el caso de Chile, además, un mínimo conocimiento de la historia reciente basta para advertir con toda claridad los peligros del asambleísmo y de la pérdida de valor de la democracia representativa. De allí que los constructores de la transición a la democracia se hayan cuidado especialmente de evitar el intento de resolver los innumerables conflictos que se plantearon en ese período abdicando de sus responsabilidades y entregándoselas a una asamblea. El éxito de la transición chilena -aunque a algunos les parezca lenta, es sin duda un proceso exitoso- se debe en buena parte a dicha prudencia alimentada de la conciencia histórica. Esta conciencia tiene como fuente el conocimiento de la historia chilena del siglo XX, del cual parecen carecer algunas figuras políticas emergidas en época más reciente.
La clase política ha mostrado que es posible alcanzar acuerdos para reformar, incluso radicalmente, las instituciones fundamentales sobre las que descansa nuestro Estado de Derecho, tal como ocurrió con la profunda reforma constitucional de 2005. Este proceso permite prever que, si se producen los acuerdos necesarios y amplios que son indispensables para realizar cambios de semejante jerarquía, tales modificaciones estructurales se van a producir. Pero es mucho lo que nuestro país ha tenido que sufrir para alcanzar el equilibrio institucional que hoy posee, como para arriesgarlo irresponsablemente con propuestas asambleístas que sólo pueden tener sentido en países y situaciones en que las instituciones democráticas son meramente nominales o se encuentran al borde del colapso.