Esta es la historia de la franja publicitaria de la oposición a Augusto Pinochet, que se desarrolló 30 días antes del plebiscito del 5 de octubre de 1988. Es la historia de sus debates -entre la seducción y el testimonio, entre el consumo y el dolor, entre la promesa y la transacción-, de su realización y del enemigo al que enfrentaba -el general, desde luego, pero más abajo de él sus ministros, la CNI y los creativos de la franja del Sí-. En el centro están un hijo del exilio, René Saavedra (Gael García Bernal), que conduce la franja del No con espíritu comercial, y su jefe, Lucho Guzmán (Alfredo Castro), que dirige la del Sí con voluntad política.
Pasemos de largo sobre la idea de que un proceso histórico se pueda restringir a una discusión sobre 15 minutos diarios de propaganda televisiva. Pasemos de la simplificación de los sujetos históricos a los arquetipos de un relato que ajusta los personajes a sus fines. Pasemos del estridente clasismo de los del No (cuya empleada vota por Pinochet) y de los del Sí ("mucha mujer de coronel", según Guzmán), sugiriendo una contienda entre élites. Pasemos de la reducción de la encrucijada del 88 a unas cuatro ideas básicas. Y pasemos, en general, de las inexactitudes factuales. Hay varias ruedas de carreta con las cuales lidiar mientras transita el metraje.
Está bien. Las películas no son textos de historia. Les está permitida la "falacia imaginativa" que hace que su eje no sea la realidad, sino la metáfora. Pero cuando se meten con la historia, antigua o reciente, deben admitir la aspereza de ese roce, que hace que muchas veces se las juzgue por elementos extrafílmicos. A veces ocurre, como en No, que ese roce no sólo es provocado, sino que se lo intenta sanitizar con la presencia de protagonistas reales (en este caso, los del No, ninguno del Sí).
Empujados a esa esquina, la pregunta que sigue es: ¿cuál es la moral de esta película? No es la de la distancia crítica, algo que no parece interesarle dada la rapidez con que despacha y aliviana los debates conceptuales. No es la de la épica política, porque el détachement de su protagonista, obsesionado sólo con la eficacia, no lo permitiría. ¿Es una moral del cinismo, donde una encrucijada política se resuelve como una lucha entre publicistas que luego seguirán haciendo negocios con el mismo argumento ("hoy, Chile piensa en su futuro")? ¿O una denuncia de esa moral, que vence por astucia pero a costa de la integridad? Si fuese esto último -una idea bastante infantil-, el triunfo de la franja habría sido más bien una desgracia.
No tiene un excelente guión y un reparto memorable. Pero al final, en el cine los problemas son de lenguaje visual y en esto ya no es tan fuerte. Sin que sea una mala película -de hecho, es la mejor que ha filmado Pablo Larraín-, su sentido de la metáfora es pobre y a menudo asoman los tics de la publicidad. La salvan, en muchos segmentos, la nostalgia de la franja del No y el humor involuntario de la del Sí.
NO
Dirección: Pablo Larraín. Con: Gael García Bernal, Luis Gnecco, Alfredo Castro, Marcial Tagle, Antonia Zegers. 115 minutos.