Antes de viajar de Ciudad de México a Monterrey para inaugurar un seminario sobre Chile y visitar un impresionante parque de innovación tecnológica, leo una columna de Carlos Fuentes sobre el socialismo europeo en uno de los principales matutinos mexicanos. Pienso en esos instantes en la admirable vitalidad narrativa y ensayística del Premio Cervantes, en su vigencia y peso intelectual. Al día siguiente, mientras me dirijo al aeropuerto de Monterrey para regresar a la capital mexicana, un mensaje de texto del legendario cineasta chileno Álvaro Covacevich me anuncia que acaba de fallecer Carlos Fuentes.
De partida quiero afirmar que escritores de la talla de Carlos Fuentes no mueren nunca. Desaparecen físicamente para su familia, amigos y conocidos más inmediatos, es cierto, pero para el resto de la humanidad que disfruta la ficción y el ensayo, no mueren. Escritores como Fuentes, Octavio Paz o Julio Cortázar, existen simplemente en un presente perpetuo que se interna en el futuro. Escritores como él existen cada vez que abrimos sus novelas, notamos sus huellas en otros autores o detractores, o sentimos su aliento en las formas de concebir América Latina y su vínculo con el mundo.
¿Qué lecciones me deja Carlos Fuentes como escritor?, pienso mientras el Boeing 737 regresa al sur, sacudido por turbulencias. Por un lado, su esfuerzo por domesticar la historia de su patria en el redil de la novela, por hallar las claves de la interpretación histórica en la articulación de la ficción. En 1967, cuando con Mario Vargas Llosa invitó a colegas a escribir sobre tiranos de América Latina, se preguntaba: "¿Cómo competir con la historia? ¿Cómo crear caracteres más ricos, locos e imaginativos?". En cierto modo, muchas de sus novelas se leen en México como historia o, mejor dicho, tienen la consistencia de la historia.
Carlos Fuentes deja más lecciones: su sabiduría al interponer la aleccionadora distancia entre él y su patria, a la que dedicó gran parte de su vasto esfuerzo intelectual. La distancia intermitente le permitió ver México desde otra perspectiva, explorar a fondo otras culturas y sensibilidades, insertar a su país en el mundo, escribir desde una perspectiva mexicana y a la vez cosmopolita. Como integrante del boom , fue un actor avant la lettre de la globalización. Fuentes cultivó esa distancia antiprovinciana: fue embajador, profesor de universidades estadounidenses, residió por períodos en Buenos Aires, Madrid, Londres, pasó parte de su adolescencia en Chile, al que consideró "segunda patria". Su visión de la relación entre México y Estados Unidos, expresada en los relatos de "La frontera de cristal", no sería lo que es sin su conocimiento profundo del vecino del norte.
En rigor, Fuentes mostró coraje civil para exponer lo que pensaba, para rectificar, romper y reinventarse, para rechazar los dogmas y la visión de la opción política como algo sujeto a la lógica tribal. No es necesario coincidir políticamente con él para ser seducido por sus planteamientos. En "En esto creo" formula de modo escueto sus convicciones estéticas y de vida, subraya su rechazo a los totalitarismos y expresa sus decepciones y utopías. Era polémico. Criticó estructuras nacionales desde su cultura y sus sueños, y siempre desde su amor por México. Creía que el novelista tiene el deber de apartar a ratos la vista de su manuscrito para opinar sobre la realidad política.
Carlos Fuentes lega además su búsqueda de una visión totalizadora de la historia a través de la ficción. No debe sorprendernos: situado en el pensamiento liberal de EE.UU. o socialdemócrata de Europa, admiraba la novela realista. Del "Doctor Fausto", de Thomas Mann, afirmó que era "la más grande novela europea".
El mexicano deja otra lección: su magistral manejo de la lengua de Cervantes. Es un gigante de la literatura latinoamericana y un agudo y polémico observador de la realidad mundial. Soy un convencido: intelectuales de la talla de Carlos Fuentes no mueren.