El malestar social que existe en el país, expresado ahora en el caso de HidroAysén, los abusos a los consumidores o el déficit de la educación, pueden convertirse en la restricción más importante que tenemos para dar el salto final al desarrollo.
Lo anterior nos plantea el desafío de lograr que el crecimiento y la riqueza que estamos generando vayan acompañados de una convivencia más madura, propia de un país avanzado.
Para tener éxito debemos evitar la tentación de apuntar a los síntomas visibles de estos fenómenos y enfrentar con decisión sus raíces profundas.
La causa de fondo de este malestar es la escasa confianza que existe entre los chilenos, la cual responde a la experiencia de abusos que la población ha vivido a través de generaciones y que hoy se expresa contra lo que se percibe como injusto.
En las circunstancias actuales este hecho tiene repercusiones en diversos ámbitos, tales como la deteriorada credibilidad en las instituciones y en los partidos; la baja participación electoral de los jóvenes y la escasa aprobación del gobierno, lo cual se hace más crítico ante la ausencia de liderazgos en la sociedad. Pero sus efectos también llegan al mundo del trabajo o a las comunidades locales.
En realidad se trata de un fenómeno más complejo y con repercusiones mayores, porque el nivel de confianza que existe en una sociedad tiene mucha influencia en su capacidad de crecimiento, genera movilidad social, permite un mejor funcionamiento de la economía, amplía los espacios de negociación que tienen las personas, limita la regulación estatal a lo indispensable, y fomenta la colaboración que antecede a la innovación. Es decir, es un factor indispensable para llegar al desarrollo.
En estas condiciones, una de las funciones fundamentales del Estado es invertir en confianza y fortalecer el tejido social. Por esta razón resulta clave el rol del Gobierno, encargado de procesar las demandas ciudadanas a través de una modernización institucional en un sentido amplio, desde el funcionamiento de la democracia hasta la eficacia de los gobiernos locales.
Respecto de lo primero ya hay suficientes iniciativas sobre la mesa y lo que falta es una hoja de ruta y un liderazgo para llevarla a cabo.
Acelerar la reforma en el funcionamiento del Ejecutivo es indispensable para cerrar la brecha que existe entre las expectativas de la población y los resultados de la acción pública.
Hay una agenda definida desde 2009 por un consorcio amplio de centros de estudios y de universidades, la que no ha recibido la importancia que se esperaba y en la cual es urgente profundizar.
La descentralización es indispensable en la generación de confianza, ya que permite una relación más cercana entre los ciudadanos y sus autoridades. El subsecretario de Desarrollo Regional ha orientado bien esta prioridad al señalar que las comunas y regiones deben contar con herramientas que les permitan definir su propia agenda de desarrollo, para lo cual deben generar el capital social y las redes que les permitan articular a todos los actores relevantes. Es allí donde se pueden generar relaciones que alimenten el tejido social y permitan enfrentar los desafíos económicos y sociales con nuevas energías.
Otra manera de incrementar la confianza es ampliar los espacios de negociación y de autonomía de los individuos, lo cual significa más interacción directa entre las personas a través de la cual se logre experimentar beneficios de los acuerdos entre las partes y reducir la demanda por regulación.
La distancia que nos separa del desarrollo tiene mucho que ver con la forma en que nos relacionamos: necesitamos más serenidad, definitivamente más confianza, apego al mérito e igualdad de oportunidades. El salto que necesitamos para alcanzar al desarrollo involucra a todas las esferas de la sociedad: el sistema político, las empresas y la sociedad civil.