El discurso del Presidente electo en la noche de la elección introdujo con acierto un modo coloquial, y nos dijo que gobernará con todos y para todos. Pero sus primeros actos lo contradijeron. No comenzó visitando y reuniéndose con sus electores anónimos que aportaron el gran número para su triunfo, para reforzarles que serían protagonistas de su gobierno. Si quiso comunicárselo con redes sociales, ellas no transmiten la rica vivencia misteriosa del contacto personal que como mestizos tanto valoramos.
Las reuniones con Milei y los empresarios fueron alabadas por la elite, pero pudieron esperar una semana. En el fondo, se comenzó diciéndole al país “ahora gobernamos nosotros y Uds. se beneficiarán de nuestra sabiduría”. “Ustedes allá, nosotros acá”. Esto pasará desapercibido hoy, pero quedará como una borra, un concho medio venenoso que comenzará a teñir el paisaje cuando la cosa se ponga cuesta arriba.
Si nuestros problemas específicos son tantos y tan graves, se debe a que debajo de ellos late una crisis profunda, un problema espiritual que es a donde debe apuntar toda la acción del futuro gobierno. Es lo más profundo del espíritu lo que está afectado, lo que clama por remedio. El problema básico no está a la vista, es un asunto subliminal: está bajo el suelo, y desde allí afecta a toda la vida palpable.
El desconocimiento de este malestar profundo hizo que a Piñera el país le quedara grande, terminando en el estallido. Hoy esa situación profunda parece aminorada por la tremenda urgencia que han tomado las crisis visibles y que requieren de profundo conocimiento humano. Olvidar lo subliminal es construir sobre arena. En lo profundo se echan los cimientos de las construcciones duraderas y, desde allí, se ordena debidamente el edificio de las acciones de gobierno.
El problema arranca de que la Concertación nunca creyó completamente en lo que estaba haciendo. Su apostasía general del 2010-2011 lo puso de manifiesto y se expresó en su legado de falta de mística, materializada en su afán de lograr un electorado cautivo antes que un electorado convencido.
Hoy día hay que recuperar ese aliento vital básico que nos mueve espiritualmente y nos permite, primero, sobreponernos a las duras medidas que exigen las correcciones necesarias y, luego, poner la mirada lejos en el horizonte y alto en el cielo, allá, en el futuro que llama y que nos vigoriza para conquistarlo. Para lograr esto todos se deben sentir llamados a empujar el carro con empeño desbordante.