Durante décadas, Chile ha desarrollado infraestructura de alto estándar que ha sido clave para su crecimiento económico y su integración urbana. Autopistas, obras hidráulicas y equipamientos estratégicos han permitido mejorar la conectividad y la productividad del país. Sin embargo, también hemos aprendido —a veces tarde— que estas infraestructuras no pueden evaluarse solo por su eficiencia técnica o financiera, sino también por su impacto en la calidad de vida de las comunidades que las rodean.

La inauguración del Parque de la Alegría en Renca es una muestra concreta de cómo esa mirada está evolucionando. Una infraestructura que fue pensada y construida hace 20 años, hoy, con todos los cambios demográficos, territoriales y sociales que ha experimentado el país, era necesario que se adecuara a estos tiempos y se transformara en un espacio público, con áreas verdes, espacios deportivos, equipamiento inclusivo y condiciones de seguridad que permiten que niños, adultos mayores y familias se encuentren y lo hagan suyo.

Este proyecto no es solo una obra urbana. Es el resultado de una alianza público-privada bien diseñada, donde el Estado, el municipio y una concesionaria entendieron que el desarrollo de infraestructura debe incorporar mecanismos de compensación territorial efectivos, sostenibles y con gobernanza clara. En este caso, el trabajo conjunto entre el Ministerio de Obras Públicas, la Dirección General de Concesiones, la Municipalidad de Renca y Costanera Norte permitió transformar una externalidad histórica en un bien público de alto valor social para miles de personas, no solo de la comuna, sino de toda la ciudad.

Un elemento central de este proceso fue la participación temprana y real de la comunidad. El parque no se diseñó desde una lógica unilateral, sino incorporando la voz de vecinas y vecinos a través de encuestas, mesas de trabajo y encuentros territoriales.

No es casual que su nombre —Parque de la Alegría— haya sido propuesto por niñas y niños de un establecimiento educacional cercano. Cuando una comunidad nombra un espacio, lo reconoce como propio, y esa apropiación es clave para su cuidado y proyección en el tiempo.

Desde el punto de vista de la política pública, este proyecto también deja aprendizajes relevantes. Primero, que la justicia territorial no es una consigna abstracta, sino que se expresa en decisiones concretas: en metros cuadrados de áreas verdes, en iluminación, en acceso al deporte, en espacios de encuentro seguros. Segundo, que la colaboración público-privada puede y debe evolucionar hacia modelos donde el éxito no se mida solamente por la obra construida, sino por el impacto urbano y social que esta genera. Y tercero, que la planificación de largo plazo —con roles claros en mantención, operación y uso comunitario— es indispensable para que estos proyectos no se agoten en el momento de su inauguración.

El Parque de la Alegría se inserta, además, en una visión más amplia de transformación urbana en Renca, que busca consolidar una red de parques y espacios públicos de calidad, desde los Cerros de Renca hasta nuevos proyectos en desarrollo. Es una señal clara de que incluso en comunas históricamente postergadas es posible construir ciudad con dignidad, estándar y futuro, cuando existe coordinación institucional y voluntad de innovar en la forma de hacer las cosas.

Chile enfrenta desafíos importantes en materia de cohesión social, seguridad urbana y confianza en las instituciones. Frente a ese escenario, proyectos como este recuerdan que el desarrollo no se trata solo de crecer, sino de hacerlo de manera equilibrada, integrando a los territorios y elevando el estándar para todos.

El Parque de la Alegría es, en ese sentido, un ejemplo replicable: demuestra que la infraestructura puede ser una herramienta poderosa para hacer una mejor ciudad, fortalecer comunidad y avanzar hacia un desarrollo más justo y sostenible.

Jessica López
Ministra de Obras Públicas

Claudio Castro Salas
Alcalde de Renca

Diego Savino
Gerente general Costanera Norte