La ciudadanía se ha pronunciado categóricamente en favor de recuperar el crecimiento económico como herramienta de progreso individual y social. Las principales candidaturas lo incorporaron como uno de los temas prioritarios de campaña. De ahí que la elevada cotización que está alcanzando el cobre en estos días —por razones estructurales y no solo coyunturales— ofrece una extraordinaria oportunidad para utilizarlo como palanca que impulse ese crecimiento.

En efecto, el cobre ha alcanzado esta semana su máximo histórico —superó los US$ 12.000 por tonelada, o casi US$ 5,5 la libra—, impulsado por el proceso de electrificación del planeta, que sigue avanzando en la progresiva sustitución de los combustibles fósiles, donde el cobre juega un papel protagónico. La digitalización y los impresionantes adelantos de la inteligencia artificial que ella está permitiendo, así como el papel central que los datos y los centros que los acumulan tienen en todo ello, están incrementando fuertemente las necesidades de energía. La mayor parte de la energía que requieren esos procesos también es eléctrica, lo que solo aumentará la demanda de cobre hacia el futuro.

Chile —principal productor de cobre del mundo— está en condiciones de aprovechar ese escenario, no solo por los mayores retornos que un alto precio entregará, sino facilitando que los múltiples proyectos cupríferos identificados, y otros que surgirán dado su alto precio, se implementen, simplificando para ello la jungla burocrática e ideológica que los posterga y dificulta. Ayuda a lo anterior que Codelco esté construyendo una estrategia de alianzas con empresas mineras privadas, lo que da mayor credibilidad a sus decisiones de inversión y permitirá aprovechar las inexplotadas pertenencias en su poder. Si a eso se agrega la abundancia de litio que el país posee —fundamental en la fabricación de baterías, indispensables para armonizar la producción de energía eléctrica de fuentes renovables—, la oportunidad de retomar una senda de crecimiento hacia el futuro, combinando ambos metales, es real y tangible.

Sin embargo, la sola explotación de riquezas enterradas en el subsuelo puede resultar ilusoria como estrategia de crecimiento, si no se incorpora el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación (CTI), como elementos críticos en la creación de valor, lamentablemente invisibilizados en la última campaña presidencial. La historia del país ya lo mostró con el salitre, y podría ocurrir también con el cobre. Extraer cobre (o litio) requerirá cada vez mejor tecnología, junto a toda una industria que se desarrolle en torno a ella, eventualmente exportable, con potentes impactos en otros sectores también.

El ciclo político que se inicia no puede desperdiciar esta oportunidad. Para ello es indispensable una mirada de largo plazo. Una que, además, conduzca al país con sentido de unidad.