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Editorial
Miércoles 24 de diciembre de 2025
Una “casa común” de material ligero
Sorprende en el documento PPD la casi total ausencia de reflexión sobre las conductas de la centroizquierda en la última década.
Reconstruir la “casa común de la centroizquierda”, es decir, un referente que incluya desde la DC al PS y que marque clara diferencia con el Frente Amplio y el Partido Comunista, es el objetivo que se han propuesto dirigentes históricos del PPD. La idea está recogida en un documento de la Fundación por la Democracia —el think tank del partido—, resultado de un proceso de reflexión que se prolongó por más de tres meses. Es positivo el que, tras largos años de renuncia a su propia identidad y de cuasi sometimiento a la hegemonía de la izquierda dura, el sector intente relanzarse. Con todo, el futuro de la iniciativa parece incierto, tanto por razones de viabilidad política como por la falta de claridad respecto del proyecto que se busca impulsar.
Sobre lo primero, el obstáculo más evidente es la reticencia del PS. La presidenta de esa colectividad ha sido explícita en rechazar el concepto de centroizquierda y abrazar en cambio el de izquierda a secas, en lo que parece un intento por rearticular el antiguo eje PS-PC. El documento PPD se hace cargo de ello, al reconocer que por ahora los actores más disponibles para la idea son el Partido Radical y el Partido Liberal, ambos muy disminuidos y en proceso de disolución legal. Con todo, apuesta a que también la Federación Regionalista Verde Social y la DC estarían abiertas a ser parte de la iniciativa. De lograrse esto, podría conformarse una fuerza más apreciable, pero debilitada desde su partida por la referida ausencia socialista y minoritaria frente a la suma del PS, el PC y el Frente Amplio.
Por cierto, un bloque político no demasiado grande pero cohesionado en torno a un proyecto nítido puede ser influyente y tener perspectivas de crecer. En este punto, sin embargo, la “casa común” que impulsa el PPD también suscita dudas. El documento es explícito en reivindicar la tradición socialdemócrata y revalorar tanto el crecimiento económico como la cohesión social, además de incorporar temáticas como la seguridad pública, los cuidados o la sustentabilidad, pero no avanza mucho más allá. Y aunque algunos conceptos pueden llamar la atención —por ejemplo, el de “tecnoprogresismo humanista”—, abundan las referencias a un “Estado estratega” y a “un nuevo modelo de desarrollo”. En definitiva, nada demasiado novedoso y todo planteado en términos tan amplios que podrían adherir desde sectores moderados hasta parte de la izquierda dura. A esa vaguedad se suma, además, una casi total ausencia de reflexión sobre las conductas de la centroizquierda en la última década. Es cierto que se habla críticamente de la pérdida de identidad, de la fragmentación y de la desconexión con la ciudadanía, pero no hay ninguna evaluación, por ejemplo, de la experiencia de la Nueva Mayoría y de los problemas que han traído al país las reformas de la segunda administración Bachelet. Menos aún alguna autocrítica respecto del papel jugado en el período del estallido, cuando todos los partidos de centroizquierda fueron parte de aquella declaración que celebraba “la vía de los hechos” mientras el país era asolado por una ola de violencia. Y, por cierto, tampoco hay palabra sobre la Convención Constitucional y el apoyo que le entregaron a la opción Apruebo.
En lugar de abordar esos temas incómodos, el documento recurre al expediente fácil de descalificar al adversario. Así, el triunfo de José Antonio Kast representa “el avance de la extrema derecha”, inscrito en una tendencia mundial de “proyectos autoritarios”. Se trata de “fuerzas que no creen en la democracia como espacio de ampliación de derechos, sino como herramienta para imponer una visión excluyente de la sociedad”. Trasuntan esas expresiones y otras un maniqueísmo extremo, que pretende conceder o negar credenciales de demócrata al resto, sin un mínimo examen de las actuaciones propias. Tal facilidad para cuestionar la legitimidad de los adversarios llevó a la centroizquierda a protagonizar, como oposición al gobierno de Sebastián Piñera, algunos de los más vergonzosos episodios de los últimos 30 años. Cualquier intento serio de rearticulación debiera partir por dejar atrás esa forma de desarrollar su acción política.