La posición de la cónyuge del Presidente de la República ha generado algunas controversias solo en los últimos años. Ella no tiene cargo alguno, ni remuneración, ni título reconocido oficialmente, aunque se la ha denominado primera dama desde hace muchos años, siguiendo una tradición que no se originó en Chile, sino posiblemente en Estados Unidos durante el siglo XIX. Desde entonces, se las ha llamado así por distinguirlas y reconocer sus servicios, en muchos lugares del mundo, desde China (“diyifürén”) hasta Latinoamérica. Comenzaron desempeñando el papel de anfitrionas en las casas presidenciales y el rol que cumplen se fue extendiendo gradualmente, según las necesidades más sentidas de la población. Aunque no corresponda a algún papel reconocido en la legislación de ninguna democracia, es evidente la notoriedad de sus actuaciones, la que puede ser aprovechada para llamar la atención de ciertos problemas sociales o, a veces, para poner en marcha proyectos de soluciones. Normalmente, las tareas que emprenden no guardan relación con temas que ocasionen división en la sociedad y por esta razón suelen ser apreciadas por toda la población.

La ministra de la Mujer ha criticado una supuesta decisión sobre las tareas de la futura primera dama, puesto que, según la ministra, nadie debería ejercer una función pública solo por razones de parentesco. Pero da por sentado que las actividades que ella hará serán las mismas de las anteriores señoras de presidentes, lo que no ha sido informado por el gobierno entrante. Y es que las tareas de las que se hará cargo, según todo parece indicarlo, están en plena etapa de definición y es llamativo que la ministra Orellana esté ya dando opiniones sobre asuntos que ni siquiera se han definido.

La variedad de acciones que han realizado las primeras damas, tanto en Chile como en el resto del mundo, es muy amplia. La primera que dio un giro sustantivo a la función fue Eleanor Roosevelt, quien encabezó la comisión encargada de redactar la Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas. En Chile, Juanita Aguirre de Aguirre Cerda protagonizó un cambio desde lo meramente protocolar a tareas de gran significado, con su actuación en el impulso a la reconstrucción tras el terremoto de Chillán de 1939. Con posterioridad, ha habido otras mujeres que han sabido darle una impronta social a la posición. El país guarda, entre muchas otras, buenos recuerdos de Luisa Durán, que creó el programa Sonrisa de Mujer y la Fundación de Orquestas Juveniles, así como de Cecilia Morel, que fomentó buenos hábitos alimentarios con su programa Elige Vivir Sano.

Muchas de las primeras damas inicialmente han rechazado la idea de tomar responsabilidades públicas y así también ocurrió en los casos señalados con la señora Roosevelt y la señora Lagos, pero luego supieron reconocer la oportunidad que se les abría para hacer el bien. Más adelante, la compañera del Presidente Gabriel Boric resolvió abolir la función y cambiar la dependencia de las fundaciones que habían quedado bajo su oficina. No obstante, esa decisión no fue consultada con nadie y se adoptó sin debate alguno. La interpretación que ella hizo de la posición, como si fuera un cargo que otorgaba poder, parece equivocada y es, cuando menos, muy discutible. La desaparición de la función ha sido recibida como una pérdida para el país.

Por cierto, muchas cosas van cambiando en las sociedades y ahora son muchas las mujeres con estudios superiores, desempeños profesionales brillantes e, incluso, algunas son figuras políticas que pueden llegar a ejercer ellas la primera magistratura del país. De hecho, muchas ex primeras damas han accedido al mayor cargo, en especial en la región latinoamericana. Pero de ahí nada puede concluirse que sea válido para la situación actual de Chile. Nuestra futura primera dama es abogado y parece dispuesta a trabajar en temas de ayuda social, donde podrá poner de relieve situaciones difíciles que hasta ahora el país no ha podido resolver.