En Chile mueren cada año más de 34.000 personas por cáncer. La enfermedad avanza aceleradamente para convertirse en la principal causa de muerte del país y, sin embargo, permanece sorprendentemente ausente de la conversación pública y de las prioridades sanitarias.
Esta paradoja revela tres actitudes que hoy configuran una crisis silenciosa: inconsciencia, indiferencia e indolencia.
La inconsciencia aparece cuando observamos el cáncer sin verlo. Incluso los informes oficiales que orientan la política sanitaria omiten referencias a la oncología. El Ministerio de Salud, con datos al 30 de septiembre, reporta 15.376 personas con garantías GES oncológicas incumplidas —alrededor de 20% del total— sin que esto genere alarma nacional. No es un mero error técnico: es un síntoma cultural: actuamos como si el cáncer fuera inevitable. Pero lo que no se nombra no se prioriza; lo que no se prioriza no se gestiona, y lo que no se gestiona deja una huella de sufrimiento evitable.
A diferencia de otras patologías que toleran cierta espera, el cáncer es clínicamente tiempo-dependiente. Cada día sin diagnóstico es un día en que el tumor avanza; cada semana sin tratamiento reduce posibilidades reales de sobrevivir. El riesgo de morir por cáncer, según la evidencia científica, aumenta cada cuatro semanas de retraso; entre 6% y 8% para cirugías, y entre 9% y 23% para el inicio de radioterapias.
En Chile, miles esperan meses, incluso más de un año. Cerca del 60% de las garantías oncológicas incumplidas acumulan retrasos superiores a un mes. Se estima que más de 10.000 muertes anuales podrían evitarse con diagnóstico y tratamiento oportuno. Para dimensionarlo: hoy fallecen más personas por cáncer que en el peor año de la pandemia del covid-19. Frente al covid reaccionamos con urgencia; frente al cáncer, no.
Aquí surge la indiferencia: sabiendo lo que sabemos, no actuamos con la urgencia requerida. Más de la mitad de las demoras corresponden a diagnósticos pendientes, y cerca del 30%, a tratamientos atrasados. La desigualdad en el acceso castiga especialmente a quienes dependen exclusivamente del sistema público: para ellos la lista de espera no es solo burocracia, es riesgo vital. Pese a ello, el sistema público no lo gestiona ni lo deriva oportunamente al sector privado ya sea por falta de recursos, trabas administrativas o criterios más políticos que técnicos. En la práctica, se le entrega al cáncer un tiempo que el paciente no tiene.
La indolencia es el último y más grave escalón: aceptar que la realidad siga igual cuando ya no es posible alegar desconocimiento. Indolencia es aceptar que el cáncer sea la principal causa de muerte sin actuar. Es resignarse a que personas pasen de etapas potencialmente curables a fases incurables por retrasos evitables. Es normalizar que la probabilidad de sobrevivir dependa del territorio, el nivel socioeconómico o la capacidad de pago.
Esta indolencia se vuelve más inquietante cuando miramos el futuro: la OMS proyecta que los 60.000 nuevos casos anuales de cáncer en Chile se duplicarán al 2050. Si el sistema ya está sobrepasado, ¿qué ocurrirá con más de 120.000 diagnósticos al año? La respuesta es evidente si no actuamos: más inequidad, más diagnósticos tardíos, más sufrimiento y más muertes evitables.
FALP asume la misión de aliviar el dolor individual y social del cáncer, con foco en los más vulnerables, porque reconoce que esta enfermedad no es solo un desafío médico, sino también ético, social y cultural. Pero ninguna institución, por comprometida que esté, puede reemplazar la decisión de un país de enfrentar esta crisis con la urgencia necesaria. La pregunta no es por qué el cáncer mata a tantas personas. La pregunta es por qué nosotros aceptamos que lo haga sin reaccionar.
El cáncer no espera. La diferencia entre una muerte inevitable y una muerte evitable no la decide la enfermedad: la decidimos todos nosotros: los líderes políticos, económicos, sociales y culturales, la sociedad civil y sus múltiples instituciones… ¡todos! Y decidir no actuar —sabiendo lo que sabemos— no es inconsciencia ni indiferencia. Es, simplemente, indolencia.
Rolando Medeiros
Presidente Fundación Arturo López Pérez (FALP)