La tendencia hacia la polarización que se advierte en el mundo, de la que Chile no escapa, responde a un fenómeno muy concreto: los indignados de derecha votan por la extrema derecha, y los de izquierda por la extrema izquierda. “La Política en tiempos de indignación” (Daniel Innerarity, 2015).
Las posiciones más matizadas, complejas y moderadas juegan un rol subalterno, y votan de mala gana de manera aproximativa o simplemente se restan.
El mundo socialdemócrata, moderado y reformista obtiene un 28% en las elecciones primarias de la centroizquierda, mientras que la derecha tradicional de Chile Vamos, abierta a posiciones de centro (la “derechita cobarde” en el lenguaje de la derecha dura), obtiene el quinto lugar en la primera vuelta.
Desde el punto de vista de la oferta política, el espacio del centro y de la centroizquierda va quedando como un casillero vacío. Partidos centenarios y recientes perdieron su existencia legal. El Partido Socialista en los últimos años abandonó la alianza con la Democracia Cristiana, que fue la base capaz de consolidar la mayoría que permitió la transición democrática.
Lo hizo para sumar fuerzas junto al Partido Comunista y el Frente Amplio de manera más bien subalterna; la hegemonía del Frente Amplio y el Partido Comunista ha logrado imponerse sobre el Socialismo Democrático; la DC se ha jibarizado e izquierdizado (su posición en favor del Apruebo y su opción por la candidata del PC, así lo demuestran), mientras que Amarillos y Demócratas optaron por seguir a la derecha (como lo demuestra su opción a favor del proyecto constitucional del Partido Republicano, en 2023, y de José Antonio Kast en esta elección).
Por el lado de la demanda, sin embargo, el espacio político del centro es amplio. En la última encuesta del CEP, llamados a autoclasificarse en una escala de 1 a 10, en que 1 es la izquierda y 10 la derecha, el 36% se define como de centro, el 24% de derecha y el 20% de izquierda (un nada despreciable 20% no sabe o no contesta).
De tal modo que la demanda existe (a la centroizquierda y la centroderecha), pero la oferta política a esa demanda es un león pequeño, herbívoro, distraído y haragán que no caza votos.
En nuestro libro “Cambio sin ruptura: Una conversación sobre el reformismo” (2022) desarrollamos algunos de los aspectos centrales de una alternativa democrática y reformista: el valor universal de los Derechos Humanos; el valor intrínseco de la democracia; el rechazo de la violencia en cualquiera de sus formas; una opción de crecimiento con equidad que se pueda diferenciar del neoliberalismo y el neopopulismo, de derechas o izquierdas; abrazar el reformismo por sobre la revolución, la refundación, o la involución conservadora; el cambio gradual por sobre el asalto de la historia; una democracia donde la adversariedad propia de la democracia no niegue “los consensos básicos” (Boeninger), con una mirada estratégica, de mediano y largo plazo; la opción por una sociedad con reglas (multilateralismo) a nivel internacional, sobre la base del Derecho Internacional, que asuma los desafíos de la paz y la seguridad más allá de las pretensiones hegemónicas de las grandes potencias, entre otros.
Quienes provenimos del mundo de la centroizquierda; de la transición pacífica a la democracia (frente a la opción del Sí que pretendió prolongar el gobierno de Pinochet y la opción insurreccional del PC); de los 20 años de la Concertación, los mejores de la historia de Chile casi bajo cualquier parámetro; de una política democrática, reformista, gradualista y posibilista —“reformismo posibilista” lo llama Albert Hirschman—, que surge como un hilo de continuidad a través de la historia de Chile; quienes nos hemos rehusado a renegar de nuestra historia reciente ante los cantos de sirena de la violencia octubrista; quienes votamos Rechazo en 2022, ante el intento de refundar Chile, y En Contra en 2023, ante la involución conservadora de la derecha dura, sabemos que una alternativa democrática y reformista, sin complejos derechistas o izquierdistas, es posible y es necesaria.
Sabemos que el proyecto de la izquierda dura del PC y el Frente Amplio se aleja del proyecto de la izquierda democrática, y que no se puede ser revolucionario en la mañana y reformista en la tarde.
No sabemos en qué va a consistir el gobierno de Kast en su práctica concreta, aunque sí sabemos de sus aliados internacionales. Dicen que se podría parecer más al pragmatismo de Meloni que a Trump, Orban o Bukele, pero no lo sabemos.
El proyecto de una alternativa democrática y reformista es de mediano y largo plazo, a partir de las lecciones y aprendizajes de la historia, con mirada de futuro, sin nostalgias sobre el pasado, avanzando de menos a más, en el entendido que lo que está en juego en el mundo es la defensa de la democracia frente a las oleadas populistas, nacionalistas y autoritarias que se ciernen en distintas latitudes.
Ernesto Ottone
Ignacio Walker