De entre las virtudes más importantes de la política se encuentra el sentido de oportunidad, es decir, la capacidad para acompasar el momento en que un acto se ejecuta y el sentido que con él se intenta alcanzar o poner de manifiesto.
El viaje realizado por el Presidente electo al mandatario argentino escoltado por un conjunto de empresarios careció de ese sentido o, si se prefiere, fue inoportuno.
Y lo fue porque es inevitable que lo que surge de él sea la reafirmación de una cierta comunidad ideológica (y, es de esperar, no además de modales claro está) entre el gobierno del Presidente Milei y el Presidente electo José Antonio Kast, más que una convergencia de intereses entre los Estados que uno representa y el otro representará. Y algo semejante habría que decir del hecho de efectuar ese viaje acompañado de una comisión o comitiva empresarial que, de nuevo, arroja el sentido objetivo de una coincidencia ideológica, esta vez, entre la clase empresarial como suele llamársela y el gobierno de José Antonio Kast. Que este viaje haya ocurrido solo a más o menos 36 horas luego de la elección y que Kast y los dirigentes empresariales que le acompañan hayan debido tomar la decisión con tal premura (cambiando agendas, revisando memorándums y preparando el equipaje, incluso si fue somero, apresuradamente el lunes sino la misma noche del domingo) habla o de un acuerdo previo a la elección o de un nivel de confianza tal que admite la improvisación.
¿Sorpresa? No, desde luego, ninguna. Esa coincidencia no debe sorprender a nadie, excepto a quienes porfiaban en la prescindencia política del empresariado y en una cierta altivez de quien habrá de conducir el Estado de Chile, una altivez que esta premura sorprendente relativiza y ensombrece.
Se dirá, por supuesto, que el empresariado que acompañó al Presidente electo en ese viaje lo hacía para tender puentes hacia el empresariado argentino (es de confiar, sin embargo, que esos puentes no les contagien la tolerancia hacia los abusos del poder al que los vecinos emprendedores han debido acostumbrarse) y que lo que anima a José Antonio Kast es reverdecer una relación con Argentina que estaba algo ensombrecida; pero todos saben que se trata de explicaciones más o menos pueriles, puesto que ambas cosas podrían haberse hecho con menos premura y más sosiego (la última premura inadecuada, aunque en otro estilo, hay que reconocerlo, fue la de la presidenta Bachelet en su encuentro con Fidel) sin convertir el encuentro con el Presidente Milei y los empresarios argentinos en el primer acto relevante de quien asume la primera magistratura en Chile.
Y, claro, lo que coronaría todo esto, haciéndolo peor, sería que parte del equipo económico del Presidente electo fuera obtenido de aquel que hoy trabaja junto al Presidente Milei, porque ello mostraría una cierta promiscuidad funcionaria. Los expertos económicos serían entre Chile y Argentina intercambiables, sustitutos prefectos —como diría, dicho sea de paso, un economista— equivalentes en su funcionalidad, porque el contexto, el liderazgo y los propósitos en cuyo interior desenvolverían su quehacer serían finalmente los mismos.
El Presidente electo José Antonio Kast carece de aspavientos y es moderado en el discurso (al extremo que alguien podría atribuirlo a escasez de ideas) y ello puede ser una virtud que simula o equivale a capacidad reflexiva; salvo cuando todo eso se desmiente, como ocurre en este caso, al incurrir sin motivo alguno en este enemigo de la oportunidad que se llama apuro.
Carlos Peña
Columna escrita para El Mercurio de Valparaíso