El sábado tenía en la cabeza una columna que iba a publicar hoy. En ella le pedía al probable Presidente electo, José Antonio Kast, que tuviera amplitud de mente. Que no rehuyera la negociación. Que trabajara con un amplio espectro de partidos: de Amarillos y Demócratas a Nacional Libertario. Que en el futuro negociara también con el Partido de la Gente y la izquierda, para que las nuevas leyes gozaran de transversalidad. Incluso le iba a citar a Albert Camus, autor que contribuyó a evitar excesos en un Boric que lo admiraba. Iba a citar a Camus cuando dice que los adversarios pueden a veces tener la razón, y que los argumentos que ellos esgrimen pueden a veces servir para mejorar los propios.
Mi idea de columna quedó obsoleta. Una buena parte de lo que yo iba a sugerirle lo dijo el mismo Presidente electo en su discurso del domingo. Un discurso un poco largo y desparramado, pero muy conciliador. Con momentos preciosos. Por ejemplo, cuando una hija le pregunta si el mundo sería mejor si todos los políticos fueran de derecha y él le contesta que no.
Chile cambió para bien el domingo, no solo porque ganó Kast sino porque el Kast que ganó mostró lo mucho que ha aprendido, lo mucho que ha madurado y eso es una buena noticia porque es mejor que un Presidente electo aprenda y madure antes de llegar a La Moneda a que, como Boric, aprenda en La Moneda misma. Chile cambió también porque la buena onda del discurso de Kast la han ido expandiendo colaboradores como Rodrigo Álvarez, Martín Arrau o Arturo Squella, en las sensatas declaraciones que han ido repartiendo por la ciudad.
Qué lejos estamos de esa “ultraderecha”, de esa “amenaza para la democracia” que con insoportable descaro denuncian los admiradores de Maduro, Putin, el Ayatola y los Castro; aquellos que hace solo 6 años pretendían derrocar al Presidente Piñera con violencia desde la calle.
Yo critiqué a los republicanos, no por lo que pensaban, sino porque me parecía que no ofrecían nada nuevo, que sus postulados eran esencialmente los mismos que los de Chile Vamos y que, por tanto, no se justificaba que dividieran el voto de la derecha: que no acudieran a una primaria, que no aceptaran tener una lista única para el Congreso. Pero como liberal —me lo digo ahora—, mal puedo objetar que haya competencia, sobre todo cuando la inicia un partido que ha hecho tanto trabajo territorial y que por algo ha logrado inspirar a muchos jóvenes. En un país en que, según la última encuesta del CEP, el Congreso tiene una tasa de aprobación de solo el 8 por ciento y los partidos políticos una de un irrisorio 4 por ciento, no está de más que se produzca de vez en cuando un sacudón y que surjan fuerzas nuevas, aunque yo mismo me mantenga testarudamente fiel al añejo centro.
Los próximos cuatro años serán cruciales. Abundan las preguntas. ¿La izquierda hará una oposición responsable como la que aconsejó Jara en su digno discurso del domingo o tratarán de revivir el octubrismo? ¿Podrá Pamela Jiles cumplir su promesa de “hacerle la vida imposible” a Kast, contribuyendo a que la tasa de aprobación del Congreso caiga aún más? ¿Se logrará proteger la frontera con Bolivia, con una combinación de fuerza, tecnología y exitosas negociaciones con el nuevo gobierno boliviano? ¿En caso afirmativo, no quedaría neutralizado cualquier “efecto llamada”? ¿No sería mejor, entonces, empadronar a los actuales inmigrantes ilegales, como tanto lo recomendó el expresidente Duque, de Colombia, cuando vino a Chile en abril?
En todo caso, el discurso de Kast el domingo me dejó optimista. ¡Qué diferencia con el de Boric en 2021, que incluyó la pequeñez de decir que nunca se iba a hacer Dominga! Me dejaron optimista también nuestros ritos tradicionales, en especial la llamada del Presidente al Presidente electo y la conversación, por tiesa que fuera, entre los dos, colgados a antiguos teléfonos fijos. Qué lejos del octubrismo. Qué importante mantener vivo ese espíritu.