Cuando todo es “cultural” —incluidas pichangas, protestas, rayados callejeros y coreografías enloquecidas— nada es cultural. Tal vez por eso en esta elección presidencial se habló poco de cultura. El término se ha desgastado y no parece significar mucho.
Lo que no implica que la cultura no importe. Al contrario, espero que el recién electo José Antonio Kast no siga la huella de otras figuras de la derecha, que consideraron a la cultura como un reducto de chascones y ociosos, dedicándole poca atención. O de centros de pensamiento que esquivaron —casi siempre— a la cultura en sus investigaciones. Así quedó una “tierra tomada”, donde solo la izquierda tenía conocimientos, capacidades y autoridad moral e intelectual.
El programa de Kast no da muchas luces sobre sus objetivos en esta área. Y aunque su equipo hable de un “gobierno de emergencia”, la gestión cultural no debe quedar de lado. Con ejes bien orientados, puede aportar cohesión a un país fragmentado. Y abrir los ojos a la belleza, tras años de feísmo.
Han aparecido propuestas interesantes. Entre ellas, la necesidad de encauzar proyectos educativos y culturales hacia la infancia, marginada por la excesiva atención al segmento universitario. Aunque los infantes no voten, se requieren experiencias creativas y bien pensadas que acerquen masivamente a los niños a la experiencia estética, al espacio público, a la lectura y a nuestra historia y cultura. En esta línea, la curadora Beatriz Bustos ha propuesto organizar la “Primera Bienal de Arte para las Infancias”. Sería un gesto significativo.
Y para que los niños y sus familias puedan conocer nuestro patrimonio cultural —y no terminen tirando piedras a los monumentos— resulta esencial que museos estatales y entidades como la Biblioteca Nacional cuenten, al menos, con fondos para abrir sábados y domingos. Es un mínimo para el país.
Hace falta, también, una conversación sin prejuicios en torno al quehacer, objetivos y accountability de las instituciones culturales estatales. Que sea posible un diálogo, sin que un grupo de “escogidos” tache de ignorantes o reaccionarios a quienes opinan distinto. En ese sentido, es interesante lo que ocurre hoy en el MNBA. Tras las polémicas de años anteriores, y sin dejar de lado la experimentación curatorial, el museo ha ampliado los enfoques y miradas a la colección del museo.
Nuestra pobre participación cultural es otro tópico clave. Bárbara Negrón plantea, entre otras ideas, la necesidad de poner atención en los adultos mayores. “Cada vez son más y es el grupo etario que presenta más dificultades para participar”, dice. Muchos tienen ganas de vivir experiencias culturales y de colaborar ahí, pero faltan más señales para ellos.
Sobre la urgente necesidad de una ley moderna —y no anquilosada— del patrimonio no agregaré mucho. Solo que esta carencia ha sido demasiado costosa para el país. ¿Tendremos algún día un Consejo de Monumentos eficiente y proactivo? ¿Se abrirán más espacios para personas con capacidad y formación, en vez de tanto operador que circula por la institucionalidad cultural?
Se puede.