Señor Director:

En la edición del jueves, Esteban Ovalle e Ignacio Figueroa ofrecen una interesante reflexión sobre si es correcto votar nulo o blanco en la segunda vuelta de la elección presidencial. Sin embargo, creo que olvidan algo: la legitimación que implica el voto.

Elegir una opción, aunque sea por obligación moral o compromiso con la democracia, al final del día le permite al ganador decir, con certeza, que fue elegido por X millones de personas.

Y, dado el escenario actual de polarización política, existe un gran riesgo al validar con el voto opciones que no representan cabalmente al elector.

Si, por ejemplo, los votos nulos y blancos sumaran el 30% del total, el mensaje sería indiscutible: habría que cambiar la manera de hacer política.

También hay una ética en asumir esa responsabilidad.

Pablo Matus
Académico Publicidad y Comunicación Estratégica UC