Señor Director:

Sábado 6, 7:00 a.m. Era la hora. Después de dos años sin verlos, con emoción fui a buscar a mi hijo y mis nietos, con la alegría de la abuela que quiere que su llegada a Chile sea especial. Un reencuentro largamente esperado.

Pero ese día se convirtió, de pronto, en una pesadilla que me tiene amargada. El desvío de Vespucio hacia Costanera Norte fue el escenario de la violencia. Al regresar desde el aeropuerto, un auto se detuvo abruptamente frente a nosotros y retrocedió, chocando mi vehículo. En cuestión de segundos, tres jóvenes encapuchados y armados con fierros nos sacaron a la fuerza. Nos arrebataron todo lo que llevábamos puesto, y se llevaron el auto con todas nuestras pertenencias, maletas, pasaportes, computador, y todo lo que representaba el inicio de este viaje.

Quedamos en la autopista, impotentes y en shock.

Sin embargo, solidariamente varios automovilistas pararon a calmarnos y ayudar, especialmente un señor llamado Juan, que con serenidad se ofreció a ayudarnos a hacer la denuncia, nos prestó su celular para llamar a la familia. Él nos llevó a la comisaría, donde nos atendieron muy bien, nos brindó el apoyo que tanto necesitábamos y nos acompañó.

Es doloroso ver cómo la delincuencia nos golpea de esta manera. La tristeza se hizo evidente cuando mi hijo, mirando a mis nietos, solo pudo decir: “Bienvenidos al Chile de hoy”.

Y yo, que tantas veces comenté en el extranjero que “en Chile no pasa nada...”, hoy me enfrento a una realidad que debemos reconocer y trabajar para cambiar.

Ana María Urrutia Bunster