Que la CMF modernice y ordene la regulación de fondos es una buena noticia. La propuesta normativa sistematiza decenas de normas, exige estándares GIPS para reportar retornos, introduce fichas informativas más claras y valorizaciones independientes para activos alternativos. Todo apunta en la dirección correcta: más transparencia, menos greenwashing, mejor información.
El problema está en lo que ocurre fuera del escenario donde se está afinando la orquesta.
Mientras a las AGF se les sube la vara, florece un universo de ofertas que “se ven” y “se sienten” como fondos, pero que jurídicamente no lo son. Tokens que replican valores cuota; estructuras donde un “NAV” interno fija los precios de un “mercado secundario” también interno; SPA que prometen UF+10% a inversionistas “muy conservadores”, con folletos casi idénticos a los de los fondos regulados. En la práctica se parecen cada vez más a las AGF, pero sin valor cuota fiscalizado, sin límites prudenciales, sin deberes de información ni exigencias equivalentes.
Desde la mirada del inversionista no especializado, la diferencia es casi imposible de apreciar. Lee folletos, ve la palabra “NAV” o “valor cuota”, le hablan de un mercado secundario y concluye, razonablemente, que está entrando a algo similar a un fondo tradicional. La fachada regulatoria se imita con tal precisión que el cliente cree estar protegido por un paraguas que, en realidad, no existe.
En política pública esto tiene nombre. Un profesor que tuve en Harvard lo llamaba isomorphic mimicry: cuando algo imita la forma externa de una institución exitosa, pero sin su sustancia. En Chile vemos el fenómeno aplicado al mundo financiero: ofertas de inversión que copian el lenguaje y los rituales de la industria regulada —NAV, folleto, mercado secundario— sin asumir sus obligaciones.
El riesgo es conocido en otros mercados. Si se encarece demasiado el comercio formal, crece el contrabando; si se rigidiza en exceso el empleo formal, se expande la informalidad. En el mercado de capitales, sobrerregular al que ya está supervisado mientras se tolera una zona gris cada vez más amplia puede terminar premiando al imitador por sobre el original.
La innovación financiera es deseable y necesaria. Pero innovar no puede ser sinónimo de salir del radar. Por un lado, vemos AGF que restringen productos a inversionistas calificados o los mantienen como fondos privados para contener la carga regulatoria, incluso AGF pequeñas y medianas que ven peligrar su existencia. Por otro, proliferan vehículos muy similares haciendo oferta pública por redes sociales a todo tipo de inversionistas.
Regular mejor a los regulados es indispensable. Ignorar a quienes los imitan, esa sí sería una falla de mercado… del regulador.