Es tradicional a fin de año hacer una evaluación de los 12 meses pasados. Hoy es interesante mirar hacia adelante, porque será el mundo que, en 2026, el próximo Presidente de Chile tendrá que enfrentar al mando de un país inserto en un sistema global que cambia velozmente bajo las nuevas condiciones impuestas por Estados Unidos, por su competencia con China, por los efectos geopolíticos de la guerra de Ucrania y por las repercusiones regionales de la crisis (¿o intervención?) en Venezuela, sin mencionar el remezón que la política de Donald Trump dio al Medio Oriente.
Si las encuestas aciertan, José Antonio Kast tendrá que hacer navegar a los chilenos por las aguas turbulentas de un planeta lleno de incertidumbres, tanto económicas (por las consecuencias aún impredecibles de los aranceles de EE.UU.) como políticas (por las alianzas y contraalianzas que se vislumbran en el horizonte). Los temas internacionales casi no existen en las campañas presidenciales, pero debieran tener un lugar preeminente si Chile quiere mantenerse como un país relevante a nivel regional y, por qué no, mundial. No es bueno improvisar en esta materia.
Quien gane tendrá que tomar en cuenta que el panorama político regional cambiará. A un Milei empoderado tras las elecciones de octubre, en una Argentina despegando no solo en el área económica (la llegada de los F-16 la fortalece en lo militar), se sumará en octubre un nuevo Presidente brasileño (probablemente, ni Lula ni Bolsonaro) que podría retomar una política de moderación política en lo interno y de menor activismo internacional. También habrá elecciones en Colombia, que con Gustavo Petro sufrió un retroceso en todos los ámbitos, especialmente en el control de los cultivos de coca y de las narcoguerrillas. En Perú igualmente habrá recambio presidencial, lo que sube las expectativas de una mejor gobernabilidad. Ecuador seguirá combatiendo al crimen organizado, algo que también será prioridad aquí y en Perú, lo que demandará mayor colaboración entre los gobiernos. Bolivia, sin el MAS en el poder, tiene buenas perspectivas y, tras desalinearse del bloque bolivariano, se abre una gran oportunidad para normalizar las relaciones bilaterales. Y Venezuela, una incógnita: transición democrática o el fortalecimiento de la dictadura y una nueva ola de migrantes.
Este panorama regional no puede obviar que América Latina funciona al vaivén de los grandes centros de poder. El conflicto de Ucrania remece a Europa y tensa sus relaciones con Washington, y puede traer coletazos económicos imprevistos. Pero, sobre todo, el futuro gobierno deberá tener a la vista la nueva formulación de la estrategia de seguridad nacional publicada el viernes por Donald Trump, que enfatiza el objetivo prioritario de Estados Unidos: mantenerse como la nación “más fuerte, más rica, más poderosa y más exitosa por las próximas décadas”, y del “corolario Trump”, que es la actualización al siglo XXI de la vieja “doctrina Monroe” (“América para los americanos”) de 1823, con China en la mira.