He oído desde lejos que estas semanas han sido un período de gestos. Leo que el gesto en sentido estricto es, según la RAE, un movimiento del rostro, de las manos o de otras partes del cuerpo, con que se expresan afectos o se transmiten mensajes. También se llama gesto a una acción que sin palabras transmite una decisión, una preferencia, una admiración o un respeto. En la primera acepción, el gesto forma parte del maravilloso lenguaje corporal. Estirar la mano para un saludo, dar un beso en la mejilla, unas palmaditas en los hombros, abrazar, fruncir el ceño, sonreír, mover la cabeza de izquierda a derecha, mirar fijamente otros ojos, entre tantos, son parte del vasto sistema de gestos con que nos comunicamos. El cuerpo habla, gesticulando, no solo con palabras sino también con estos movimientos silenciosos pero con un significado que, a semejanza de las palabras, se halla codificado. Cuando las palabras escasean o desaparecen y el cuerpo queda desnudo en su comunicación, más puro es el gesto, solitario y esplendente. El gesticular a menudo es espontáneo, pero también puede dejarse caer como un leve y agudo golpe o una indirecta y sutil declaración de amor. En pintura, hay artistas grandes, como Giotto, Antonello da Messina o Caravaggio, quienes a partir de ciertos gestos reiterativos construyen su entero estilo. Allí se encontrarán gestos magníficamente delineados. Existe una versión ideal del gesto, el bello gesto. En lo personal tengo grabado uno en comparación con el cual todos los demás palidecen, un gesto que desde el mundo de la ficción sirve de medida a los gestos de la realidad cotidiana.
Los datos los encontrará en Google. En mi recuerdo, en cambio, viene la infancia, las gloriosas “tardes de cine” en un living silencioso, Gary Cooper y la Legión extranjera. El enigma, que se resuelve después de una enrevesada trama, consiste en descubrir por qué Michael “beau” Geste (protagonizado por Cooper) roba el espléndido zafiro perteneciente a una aristocrática familia y huye hacia el Sahara junto a sus dos hermanos. Nos hallamos ante el gesto moral.
No voy develar el misterio por si acaso quiere ver la película —año 1936— o leer el libro en que se basó la película. En todo caso, me pareció un gesto supremo disfrazar la inmoralidad ajena con una inmoralidad propia fingida para salvaguardar el honor. ¡Ese sí que es un bello gesto!
El gesto es más admirable en la medida que se retira hacia sí mismo, ocultando su cara más exterior, como si se avergonzara en develarse. La pura ostentación y cálculo lo convierten, más allá de la ubicación política de cada cual, en un remedo que vagamente puede recordar la versión original.