El capital humano es nuestro motor de crecimiento, y en un contexto desafiante de cambios estructurales, Chile debe adaptar urgentemente su arquitectura laboral a las nuevas realidades demográficas y tecnológicas. Más allá de la eficiencia productiva, es vital recuperar la “épica del trabajo” como fuente de dignidad y cohesión social, ajustando nuestras políticas de manera responsable y con visión de largo plazo.
Según el reciente informe de la OCDE “Pensions at a Glance”, se proyecta que la población en edad laboral disminuirá un 23% en las próximas cuatro décadas, a raíz de una caída en la tasa de fertilidad y un incremento en la expectativa de vida. Este envejecimiento poblacional plantea un desafío tabú: la revisión de la edad de jubilación, que no ha cambiado en el país desde la instauración del sistema de pensiones en 1981.
A pesar de su impopularidad, es imperativo abrir el diálogo sobre este tema, trascendiendo ciclos electorales y agendas políticas. Para que esta discusión sea responsable, debe ser guiada por expertos que propongan ajustes técnicos y objetivos. No obstante, aumentar la edad de jubilación, o equiparar la de hombres y mujeres, no debe ser una medida impulsada únicamente por la sostenibilidad financiera del sistema, sino que además debe nacer desde una visión humanista. Promover la empleabilidad de los adultos mayores es también ofrecerles la oportunidad de seguir sintiéndose activos, útiles y parte vital del engranaje social.
La transición hacia nuevas regulaciones debe acompañarse de certezas y principios invariantes. Primero, debe respetarse el principio de gradualidad, asegurando que quienes están próximos a jubilar no vean alteradas sus expectativas. Segundo, es vital implementar incentivos innovadores que motiven a postergar el retiro, premiando con beneficios concretos a quienes decidan continuar contribuyendo a la sociedad mediante su trabajo.
Además, la revalorización del empleo formal debe ser un eje central en esta política pública, enfocándose en maximizar la densidad de cotizaciones y mejorar la calidad del trabajo, dado que la informalidad representa el mayor pasivo del sistema.
Debemos instalar en el debate público, con sentido de urgencia, la extensión de la vida activa y el fomento decidido de la empleabilidad sénior. Promoviendo un cambio de paradigma cultural: dejemos de observar el trabajo como una condena, para posicionarlo como fuente de oportunidad, dignidad y el habilitante esencial para forjar un futuro compartido más próspero.
Luz Didier Santander Abogada