Chile no se cae a pedazos, pero tampoco encuentra una salida. En medio de una crisis de gobernabilidad prolongada, el país enfrenta un balotaje presidencial sin opciones que garanticen un rumbo claro. Las soluciones de fondo siguen ausentes.
La primera vuelta y la primaria dejaron fuera a las figuras tradicionales de la moderación, Evelyn Matthei (centroderecha) y Carolina Tohá (centroizquierda). El desplazamiento de ambas evidencia la evaporación de las posiciones articuladoras y reduce la contienda a polos opuestos, sin matices.
Por un lado, Jeannette Jara carga con el peso de ser vista como la continuidad de un gobierno decepcionante que no logró establecer un esquema de gobernabilidad. Fuera de su núcleo duro, la candidata despierta escaso entusiasmo. No le faltan mérito personal ni un programa sensato —su propuesta es razonable y ella exhibe dignidad y convicción—, pero debe operar en un entorno implacable.
La ansiedad por el orden y la seguridad juega en su contra, más aún si ostenta el rótulo (anacrónico) de “comunista”, en pleno rebrote publicitario de un anticomunismo igualmente anacrónico. A esto se suma un viento internacional y regional desfavorable; en efecto, hemos entrado en un ciclo autoritario, de política iliberal, de democracias protegidas y de gobiernos de emergencia.
Por otro lado, está José Antonio Kast, abanderado de una derecha radical que promete “poner la casa en orden” con “mano dura”. Su discurso seduce a quienes claman por seguridad y certeza, pero viene cargado de la amenaza (cuidadosamente ocultada) de una guerra cultural encarnizada y del recorte de servicios públicos. Kast lidia con tensiones internas entre sus fuerzas de apoyo y su equipo exhibe escasa experiencia en gobierno. Su candidatura es extrema y suscita suspicacias sobre su efectividad, su capacidad para gestar acuerdos y crear bases de gobernabilidad.
Además, ambas opciones reactivan polarizaciones históricas. En vez de discutir el Chile de 2030, se reviven fantasmas conocidos: la Unidad Popular versus el 11 de septiembre; dictadura versus democracia; el estallido del 18-O versus la institucionalidad; centralismo versus regiones y, en todos los ámbitos —salud, medio ambiente, educación, ciencia y tecnología—, el debate se plantea nuevamente en términos falsamente excluyentes: Estado o mercados.
Este panorama anticipa una gobernabilidad precaria, sin horizonte de superación, cualesquiera que sean los resultados del balotaje. El próximo gobierno enfrentará desafíos persistentes debido a fracturas históricas aún sin resolver y a un Congreso con mayorías inestables.
Más que una elección entusiasta, este balotaje parece definirse por el descarte: una parte importante del electorado votará en blanco, nulo o “en contra” de Jara o de Kast. Chile no se cae a pedazos, pero tampoco sale del estancamiento; permanecerá enredado entre la decepción y la incertidumbre. Más que votar por un proyecto de gobernabilidad, terminaremos optando por un síntoma de nuestros dilemas no resueltos.