La foto de Frei causó sorpresa. Cuando nadie lo esperaba hizo el gesto. Algo que esperó durante semanas el comando de Evelyn Matthei, finalmente ocurrió. A los pies de un cuadro de una mujer con la cabellera al viento, al presidente Frei no se le movió un pelo. Tampoco esbozó una sonrisa. Pero en su cabeza tenía claro que esa foto desataría el temporal. Sin decirlo claramente, lo dijo todo.
En pocos minutos, el viento del cuadro se transformó en un huracán en el mundo político.
No solo su partido fue muy duro. Sus excorreligionarios no tuvieron piedad. El exdiputado Aguiló lo trató de “traidor”. El exsenador Ávila habló de “cadáver político”. Jadue dijo que “solo le interesa su bolsillo”. El exdiputado Seguel habló de “una vergüenza”. Huenchumilla le enrostró “la memoria histórica de Frei Montalva”.
Paradójicamente, en la dirigencia del oficialismo se insistía que “Frei no mueve la aguja”. Pero no se explica una reacción tan dura frente algo irrelevante. Y la verdad es que una noticia es noticia cuando asombra. Y el apoyo —a diferencia de lo que hizo Bachelet con Jara— generó un gran asombro y eso tiene una carga simbólica enorme.
Tan simbólico como fue la declaración de Ricardo Lagos antes del plebiscito, cuando señaló que “las dos alternativas están lejos de convocar a la gran mayoría ciudadanía”. Aquel fue un espaldarazo al Rechazo sin decirlo. Fue un aliento a cruzar el Rubicón. Fue una palabra de aliento a quienes desertaban, pese a venir juntos desde el No a la dictadura. Y, claro, después vinieron los epítetos contra Lagos.
Y ambos gestos se cruzan. El “apoyo” de Lagos al Rechazo en 2022 y el “apoyo” de Frei a Kast tienen la misma gesta. Se trata de actos valientes, simbólicos y con un gran costo personal (mal que mal, desde siempre, se ha sido más duro con el apóstata que con el hereje). Pero que, en el fondo, está hablando de que la nueva realidad política del país se ordena en torno al estallido y ya no a la dictadura.
Mención aparte es lo que queda de la Democracia Cristiana, que hoy vive una paradoja amarga: exige disciplina a quienes le quedan, pero no se pregunta por qué tantos referentes se han ido o se han alejado silenciosamente. Cada expulsión, cada sumario disciplinario, cada descalificación pública la reduce aún más. Eduardo Frei, con o sin sanción, seguirá siendo un protagonista de la historia de Chile. La Democracia Cristiana, en cambio, ha sido empujada hacia la irrelevancia.
Ayer se publicaron cuatro encuestas y todas hablan del mismo 60-40 del plebiscito del 22. Si ello se ratifica, le implicaría al Gobierno una derrota tan simbólica como la de aquel 4 de septiembre, y obligaría al oficialismo a una reflexión muy profunda. Pero más importante que la reflexión de quienes gobiernan, es la reflexión de esa izquierda democrática (que no tuvo un tan mal resultado en la elección parlamentaria), que insiste en estar aliada a un partido, el Partido Comunista, que doctrinalmente no cree en la democracia liberal. Y cuyo marxismo leninismo, recientemente ratificado, no lo hace compatible con convicciones democráticas básicas.
La candidata Jara, al ritmo de la cumbia, ha intentado jugar al travestismo político argumentando que sus posturas son de “centro izquierda”. Pero ello es imposible de sostener. El Partido Comunista es ante todo un rompedor de sistema. Así lo planteó Marx, para quien el capitalismo era simplemente el eslabón de una cadena que se iba a terminar.
Así las cosas, va quedando atrás el clivaje Pinochet, dictadura y transición. Y los chilenos están votando más bien frente a la trenza estallido-convención constitucional-comunismo. Algo que parece estar lejos de sintonizar con los chilenos.
Tal vez, vale la pena recordar al famoso filósofo Steven Pinker, quien dijo hace varios años una frase que sintoniza mucho con lo que está ocurriendo en Chile: “Mis alumnos se pasan a la extrema derecha por culpa de la izquierda”.