En algo, al menos, los pronósticos no se equivocaron: Jara y Kast pasaron al balotaje. Pero ninguno tiene motivos para el festejo. Los únicos que pueden celebrar son Parisi y Kaiser, los nuevos planetas que orbitan el ya desquiciado universo político chileno.
Jara podrá alegar a su favor que superó el registro de Gabriel Boric en la primera vuelta de 2021, e incluso que es —por ahora— la figura más votada en la historia del país. No es poca cosa para quien proviene de lo que algunos insisten, con la majadería propia de los algoritmos, en llamar “el peor gobierno de la historia”. Más aún si se recuerda que sigue con su carné de comunista al día.
Por su parte, Kast podrá decir que consiguió todo lo que buscaba. Aunque obtuvo un porcentaje menor que en 2021, pasó dignamente a la segunda vuelta, resistió con éxito la embestida de Kaiser por el electorado más conservador y culminó su verdadera misión: demoler a la derecha tradicional, relegando a Matthei al quinto lugar. Canasta completa.
Lo de Matthei exige un doble clic. Primero fue el fin del “centro” progresista y del laguismo; ahora, el ocaso del “centro” conservador y del piñerismo. Es ocioso buscar culpables, como algunos lo intentaron frente al declive de la Concertación. No se trata de errores ni de falta de convicción de algunos actores, sino de un cambio de época. Es un fenómeno global e implacable: el centro, en cualquiera de sus versiones, dejó de ser un proyecto y se volvió un recuerdo, una pieza de museo. Como los teléfonos fijos.
Los dos campos —derecha e izquierda— han seguido caminos de radicalización. En la primera, el fracaso de Matthei y el desplome de Chile Vamos frente a los Republicanos en las parlamentarias lo confirman con crudeza. En la segunda, en cambio, el panorama es más matizado: el eje FA-PC, que mantiene su hegemonía desde 2019, no logró nuevos avances a costa de la izquierda tradicional, lo que anticipa un mayor equilibrio dentro de este campo.
Se vienen días frenéticos. Jara y Kast deberán ampliar su arco de votantes, y eso exige rapidez y audacia. Quienes suponen que basta con sumar el apoyo de los candidatos derrotados no entienden nada del comportamiento electoral. Los electores son volátiles, y se deciden por muchos factores, casi siempre imprevisibles.
En principio, Kast lo tiene más fácil. Cuenta con el respaldo institucional de dos competidores y con un posicionamiento sólido en los temas que más pesan hoy: seguridad y migración. El riesgo es que eso lo haga confiarse, como Lavín en el 2000, cuando creyó que bastaba la inercia y la aritmética para alcanzar la victoria.
Jara tendrá que salir desaforadamente a la calle a buscar apoyos transversales. Si alguien pensaba que su blanco sería el voto de Matthei, es hora de corregir la brújula: es mínimo, y el puente hacia Kast ya está pavimentado. Su blanco real es el elector de Parisi, cuya conquista exige otra estrategia. No se lo gana desde la moderación, sino desde una trayectoria y un discurso ajenos al establishment, que asumen como propias sus demandas de seguridad, movilidad y dignidad. A Jara no le queda más que presentarse como una versión más institucional de esas mismas aspiraciones.
El Congreso que emerge es más polarizado y tan fragmentado como el actual. Aquí, otra vez, la suma aritmética no sirve. No habrá una bancada de derecha, ni de izquierda: habrá satélites dislocados que se mueven por agendas propias. Lo positivo es que nadie podrá pasar la aplanadora. Lo negativo, que cualquier cambio que dependa del Congreso será lento, incierto y, por cierto, impuro.
El domingo confirmó que Chile ya no gira en torno a las fuerzas de centro ligadas a las élites santiaguinas. Los partidos bisagra y los moderadores de salón pasaron a retiro: lo demás es melancolía. Entramos en un escenario político más antagónico, más frontal, más áspero —más “schmittiano”—, donde solo vale el lenguaje del poder. Las negociaciones y los acuerdos —si los hay— serán de tipo estrictamente mercantil, no de principios, con figuras como Parisi y su PDG moviéndose como pez en el agua. Quizás esta sea, al fin, la nueva normalidad.