La mayoría iremos a votar el domingo con un cierto grado de incertidumbre y preocupación. Sin embargo, en mi caso al menos, subyacente a los temores, existe la convicción absoluta respecto a la estabilidad de nuestras instituciones y a la profunda moderación que demostró el electorado en los procesos constitucionales.

¿De dónde proviene una cierta confianza hacia el futuro? Primero, a pesar de las grandes divergencias en los proyectos de futuro que existen entre las derechas y la izquierda —medido por cualquier parámetro y en comparación con otros países—, hemos tenido una campaña ejemplar y sabemos que el proceso electoral, como siempre, será impecable y confiable.

Hace cuatro años enfrentamos una disputa por la Presidencia de la República en la cual la propuesta de la izquierda del FA y el PC era radical, refundacional, ponía en riesgo la integridad de Chile como una nación, aspiraba a ser la tumba del capitalismo, promovía el autarquismo comercial, incluso el decrecimiento, y abogaba por un sistema político muy alejado de los equilibrios y contrapesos de la democracia liberal que garantiza las libertades individuales.

Sin embargo, el intento de hacer carne estas propuestas en un texto constitucional fue rechazado por más del 60% gracias a esa moderación que el voto obligatorio induce. Tal como fue rechazada la segunda iniciativa, que incluía también asuntos divisivos, más propios de la deliberación democrática que de una Carta a la cual las mayorías pudieran adherir.

Al contrario de lo que muchos afirman, Chile hoy no es un país que se “caiga a pedazos”. El Gobierno —principalmente por la derrota de su proyecto constitucional— tuvo que cambiar sustancialmente su rumbo. El hecho es que, a diferencia de lo sucedido bajo la Unidad Popular, el aparato productivo se ha mantenido, las instituciones políticas, a pesar de sus imperfecciones, han funcionado en lo fundamental, y las libertades cívicas y la libertad de expresión han perdurado.

Nada de lo anterior implica que el país no enfrente muy serios problemas: falta de crecimiento económico y, en consecuencia, aumento de las condiciones de miseria en que aún vive un porcentaje relevante de nuestros compatriotas; el miedo a la delincuencia y la inseguridad han alterado nuestro modo de vida y muy especialmente en los sectores más desposeídos; enfrentamos amplios territorios que viven dominados por los narcotraficantes, y por el terrorismo en La Araucanía, al margen de las leyes y del Estado de derecho, sin que las autoridades puedan hacer algo realmente efectivo para recuperar su control. Del mismo modo, han ingresado cientos de miles de inmigrantes en forma ilegal y sin los mínimos resguardos que nos permitan integrarlos adecuadamente al país. Así, el Estado claramente está fallando en el objetivo mismo para el cual fue creado, que es la protección de la libertad, la propiedad y la vida de las personas.

En este cuadro, ¿por quién votamos y de acuerdo a qué criterios? Primero, por convicción y no por encuestas. En mi caso, debo reiterar que no podría hacerlo por una candidata comunista, por mucho que vaya en una coalición más amplia, por el historial económico fracasado de todos los intentos por colectivizar la economía; porque su doctrina implica la concentración gubernamental del poder; el fin de la libertad de expresión; el autoritarismo y la represión; el fin del pluralismo y de la alternancia en el poder; y crea una nueva forma de desigualdad entre las elites partidistas y la población general.

Mi decisión está dictada por la convicción de que en un país fragmentado como el nuestro no necesitamos que el que gane lo gane todo y el que pierda lo pierda todo, de que todos tenemos que convivir en diálogo y paz, y necesitamos un gobierno con la flexibilidad y la convicción de lograr acuerdos y unir al país.